top of page

Revista Fuerza de la Palabra
Invitado Internacional

Harold Alva 2.jpg

Harold Alva. Piura, Perú, 1978.

Escritor, editor y analista político. Director de Editorial Summa y del suplemento ContraPoder que publica con el diario Expreso. Preside la organización del FIP Primavera Poética y la Fundación Iberoamericana para las Artes. Es autor de los libros Ceremonia (2023), Tocado por la lluvia (2022), Regresiones (2020), Ciudad desierta (2014), Lima (2012), Sotto voce (2003), Morada & Sombras (1998), entre otros; de las antologías personales La épica del desastre (2020) y A tiempo completo (2022). Ha participado como expositor en diversas ferias de libros y festivales de poesía en Estados Unidos, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina, España y Portugal. Antólogo de La primera línea, y director de Poesía Iberoamericana, colección de cien títulos que publicó en 2020 con la Municipalidad de Lima. Ha sido director de diversas instituciones, conductor y productor de programas de radio y televisión, candidato a la alcaldía de Lima (2017) y al Congreso de la República (2020). En 2021, el Ayuntamiento de Salamanca (España), lo declaró Huésped Distinguido.

POEMAS

DE HAROLD ALVA

 

NATURALEZA

MUERTA

 

Pinto un árbol a la altura del silencio,

un río a diez metros de distancia,

                 (para no ahogarlo),

un lobo entre el follaje 

al acecho de las palabras.

 

Pinto un cuervo en una de sus ramas, 

un libro de Pizarnik, 

una bitácora: un mapa de lluvia 

sobre el tronco singular de una pizarra. 

 

En Bogotá el frío es una figura literaria, 

un pretexto para intentar la lumbre

y, en la lumbre,

el tacto imparcial de una fogata.



 

PRIMERA IMPRESIÓN

DE LA MAÑANA 

Siempre hay una puerta 

al final del cielo

o una ventana que es lo mismo;

un gato arañando la madera

o mordiéndose la lengua,

que es lo mismo;

siempre hay una pregunta 

al otro lado de la carretera

o una respuesta sobre las dunas,

que es lo mismo;

un lobo al acecho de otro lobo,

una cicatriz en los ojos,

un mapa para encontrar el corazón 

o el primer árbol de manzanas, 

que es lo mismo;

siempre hay un ciervo 

bramándole al vacío 

o una casa habitada por el miedo,

que es lo mismo. 

 

Siempre hay un lugar 

para el refugio,

o una calle dónde ocultar la voz,

que no es lo mismo. 



DE PIE

Un día dejaré de escribir, 

mis manos se habrán cansado 

de mirar el bosque,

de escuchar en el follaje esa promesa

que hacía volar a los pájaros.

 

Pero hoy no es ese día.

 

Por eso ahora 

le pronuncio estas palabras a los gatos,

al cuervo que todavía observa 

cómo quiebro el corazón para escucharme,

para repetirme en medio de la noche

que nada me hace falta porque un ángel 

duerme junto a mí 

cuando cruzan el cielo los aviones.

 

La felicidad acaso es eso:

un poema alejándose de las señales, 

el tiempo desconfigurándose 

con la visita imperturbable del insomnio

y un hombre de pie

hablándole a sus animales,

leyéndose,

al día siguiente del incendio.

 


 

LLUVIA

 

Llueve en esta ciudad 

y es como si un muerto hablara 

de la tierra que me cobijó en la infancia,

el viejo molino en cuyas hélices 

los pájaros sorteaban el rayo 

y la velocidad de los relámpagos,

mi padre al filo de la carretera 

con los brazos abiertos, 

el corazón en sus manos, abierto,

cuidándonos del agua.

 

Hay una silueta entre los árboles 

a quien no toca la lluvia, 

una imagen con la forma de mi perfil,

una réplica de la noche, 

los goterones de la mañana 

salpicándole al silencio

el resplandor de una palabra,

la sintaxis de una aliteración

golpeando mi voluntad,

sus manos aferrándose 

al brillo puntual de las torcazas.

 

Llueve sobre la catedral, 

llueve sobre sus cúpulas de gárgolas, 

llueve sobre los charcos donde salta

la liebre del día 

con su color de estatua;

llueve aquí: adentro,

y no sé cómo evitar 

la ceremonia 

de los duendes y las hadas, 

las regresiones como un flashback

perturbándome en la fragua. 



 

YO ESQUIVABA 

ESTE POEMA 

Este es el poema del que hui durante décadas, 

en sus verbos un león detiene sus fauces, 

sabe que no gana nada si lo ataca, 

por eso lo rodea como quien increpa

el filo de sus adverbios;

el resplandor de sus imágenes 

que caen 

con la prepotencia de una serpiente 

que lo muerde por dentro.

 

Yo esquivaba este poema: 

cerraba las puertas

para que no tenga opción con sus recursos, 

por eso aprendí 

a consumirme en las metáforas,

en las antítesis de la tarde 

cuando el agua 

duplicaba las imperfecciones de mi calle: 

fui el más puntual de sus escapistas, 

el lobo que con sus garras 

era capaz de quebrar la belleza de un narciso

preguntándose en la fábula 

si sus dientes eran más perfectos y brutales 

que la convicción de un símil

o de una hipérbole que empaña 

las ventanas de una casa;

el alarido de quien sabe que ha perdido

el músculo de sus palabras, 

la fibra de su rabia, 

el relincho de aquellos caballos 

que galopan en la carretera 

sin la prepotencia de sus escuadras.

 

Yo me escondí durante años de este poema, 

lo sabe el malecón a donde iba a refugiarme, 

la Sáenz Peña y el silencio de su alameda, 

la banca frente al Neptuno 

sobre la que reinterpretaba esta barbarie, 

este nudo que no sé cómo desatar 

ahora que el ángel más bello de la masacre

me dicta los mensajes,

las cartas de navegación, 

el ministerio de otras capitulaciones,

de otro coso dónde destajar 

el pellejo de otras bestias;

lo sabe también el cuervo de mi niñez, 

su aleteo que vislumbra los charcos 

y las piedras donde aúllan 

los zorros de la ausencia.

 

Yo escribía huyendo de este poema, 

aprendí a sobrevivir escupiéndole a la teología,

vagué lustros derrotado por la tiniebla

hasta que un día 

se abrió frente a mí 

una flor amarilla, 

un girasol hablándome 

con su lenguaje solar, 

con esa música sacra 

que me devolvió a la luz y sus fantasmas.

 

Yo ensayé para huir de este poema, 

aprendí a convivir con la desolación

reinventándome, 

picoteándome las plumas como un águila 

en la montaña más insólita, 

debía blindar al animal que represento,

debía blindar mis manos y sus nervios,

lo esquivé porque una historia

es escribir un poema sin padre 

y otra es escribir un poema 

sin padre y sin madre, 

sin sus ojos inundándome de parques,

sin sus ojos abiertos poblándome de parques;

ahora, sin raíces, 

el tiempo es un orco que amenaza,

un Polifemo que busca ciego 

dónde fundar su Ítaca.

 

Este es el poema del que hui durante décadas, 

en sus verbos un león continúa al acecho 

de la primera manzana, 

de aquel soplo brutal 

que transformó mis hábitos de caza, 

en su boca arde un incendio forestal, 

quiero detenerlo o abrazarlo, 

no puedo:

yo soy el hombre negado por la lluvia,

el trago impar de la madrugada,

las últimas arcadas. 

 


 

TERCETO
 


I

En Lima
un árbol tiene los ojos en mi espalda,
la boca hablándome con una mueca
que me remite al vuelo
de palomas mensajeras,
pero no hay mensaje,
no hay palomas,
solo el vuelo de esa boca en una mueca,
y la alameda entregándome
uno de sus árboles.

 


II

La magia no existe,
de esto puede dar cuenta aquel pelícano
que llevo al mar para engañarlo con los peces;
la vida es un accidente
provocado por sus víctimas,
por eso la culpa siempre es insuficiente,
el agua del pacífico lo sabe,
lo sabe el pelícano,
lo sabe la muerte
que se identifica con los peces.

 

 

III

Pienso en cómo reconstruir esta mañana:
el parque donde toqué el amor,
su estela de labios escribiéndose
hasta lograr ese poema,
los libros apilados,
las marcas del tiempo
enredándose como las madreselvas:
el sonido puntual de una campana,
advierte
lo que se oculta en la maleza.



 

TRES 

DE REINA 

 

 

I

 

Mamá tiene los ojos

suspendidos en su infancia, 

en las lejanas cornisas 

donde el aire llega

con la suave canción de las ballenas.

 

En sus manos,

mi padre le deja una rosa 

cuando la noche lo acerca.

 

 

II

 

Mamá escucha 

las voces, 

por eso permanece despierta,

sabe que no hay nadie 

al otro lado de las estrellas. 

 

En sus palabras,

una niña

me habla de su tristeza. 

 

 

 

 

III

 

Mamá sabe 

lo que sucederá mañana,

aun así, sonríe:

de su corazón vuela

un enjambre de luciérnagas. 

 

Tengo cinco años

y el miedo de un hombre 

que se quiebra en su regazo. 

 


 

NIEVE

Mi padre venía a este parque,
se sentaba en una de sus bancas,
acaso en esta donde toco
la cal del crepúsculo que advierte
la lengua de un orate
que le hace una llave a mi nostalgia.


Yo lo observaba a prudente distancia
y pensaba en los años
cuando me hablaba de sus hazañas,
de su puntería con las armas,
de su habilidad para infiltrarse
en las bandas que asolaron
la tranquilidad de esta ciudad,
sus calles como lagartos;
y pensaba cuánto tendría que pasar
para relevarlo de ese hábito
de contarle a los parroquianos
los nombres y apellidos
de todos sus fantasmas,
y calculaba en los relojes
los días que faltaban;
y me imaginaba con canas
sentado aquí
narrando sus hazañas.

Jamás advertí
que el calendario me haría trampa
y que a los cuarenta y cuatro
la nieve caería en mis palabras.

Ahora, no hay nadie en este parque,
ni una sombra a quien hablarle,
solo el fantasma de mi padre,
mirando a prudente distancia,
cómo lo extraño
en esta vieja banca.


 

BAILA MIENTRAS LLUEVE

La voluntad de un árbol me impresiona:

su firmeza al cuervo de la nostalgia, 

el don para escapar de su neuralgia

merece que le escriba una corona. 

 

Su talento me obliga que lo imite

en estas calles de aguas tempestuosas

donde escucho canciones misteriosas

que tres duendes exigen las recite.

 

Sé que el aire proclama su amenaza

a esta hora que siniestra se conmueve

con un rayo fugaz que lo atenaza. 

 

El árbol habla y exige me subleve,

oye al cuervo que grazna y se disfraza

de aquel niño que baila mientras llueve. 



 

UNA VENTANA QUE SE CIERRA

Esas horas de paz que me blasfeman,

esos silencios de piedra en mi mano,

gritándome, otra vez, de modo insano,

apuntan sin herir, pero me queman. 

 

Esas lenguas al costado del poema,

sus sombras acercándose macabras,

no me atacan ahora con palabras, 

sino con el puñal de otro dilema. 

 

Yo debo ser un muerto en el paisaje,

una oración leyéndose en la guerra,

el estoico que empuña su mensaje. 

 

Ese animal que a solas nos entierra 

resucita también cuando el lenguaje 

es solo una ventana que se cierra.
 

(Poemas del libro SPLEEN, inédito)

bottom of page