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Revista Fuerza de la Palabra
Invitado Internacional

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Flores moradas
Flores moradas
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Marcos Rodríguez Leija, México, 1973

Es narrador, poeta, periodista y artista audiovisual. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo 2000-2001 y otros galardones literarios. Su obra es utilizada como herramienta para la formación académica por el Centro de Enseñanza para Extranjeros de la UNAM, por el portal académico del Colegio de Bachilleres de la UNAM y por la Universidad Mary Hardin Bylor de Belton, Texas, entre otras instituciones. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y alemán. También cuenta con una producción discográfica titulada “Antología” con canciones de su autoría, con variantes musicales del blues, el folk y la trova. Coordina talleres de minificción, periodismo y creación de canciones.

BREVE MUESTRA POÉTICA 

1] 

Partir v.tr. Dividir algo en dos o más partes. 2. Alejarse de un lugar. Quien parte obligado hacia otras tierras se va despedazando en el camino.

Hay hombres que nacen por generaciones

de una mujer sepultada hasta el cuello en suelo infértil.

Llevan las cicatrices de su tierra, pasan la vida sedientos

y en ellos crecen espinas en lugar de flores.

Un día se arrancan desde la raíz. Cojos y mancos emigran,

salen en busca de aquello que les fue negado, incluido el nombre.

2] 

Éxodo s.m. Emigración de un pueblo hacia otro país. 2. Segundo libro del Pentateuco que cuenta en primer lugar la salida de los israelitas de Egipto. Una muchedumbre borra a su paso la línea blanca de las carreteras en su perpetua fuga de las plagas y cruentos faraones. Aquí no hay Dios ni discípulos que abran las puertas de los muros, de los mares. Como el sol, en la distancia, la frontera se aleja, se esconde. Los vuelve náufragos sin nombre.

Una caravana de hombres y mujeres arrastran sus pies cansados por las carreteras.

Sufren la hipnosis de los horizontes.

Huyen del hambre, de las pestes, de la guerra.

El cansancio y el sol dibujan un oasis a lo lejos.

Su miseria les impide saber de catástrofes, de buitres que ven en ellos su alimento.

3] 

Frontera s.f. Línea divisoria entre dos estados. 2. Límite, línea que separa dos cosas o que marca una extensión. /

Frontera: afilado bisturí que cercena al mundo y traza una línea codiciosa entre el bien y el mal.

Un abismo separa los territorios en los mapas.

Una misma cuchilla es la que amputa la geografía y la desangra.

Voy a Explicártelo en Lugar Común

Tal vez bajó la luna para alumbrar tu alcoba.

Quizás puso una estrella entre tus manos,

el cielo en tu boca, el sol en tus brazos.

Tal vez fue el mago que te hizo caminar sobre las nubes

y abrió el portal de todos los castillos que hay en el aire.

Quizás no hubo promesas espinadas ni faltaron días floridos.

Pero no fue capaz de hacer llover en el desierto,

de abrir el mar cuando acechaba el filo de la espada,

de construir el arca que desafiara las tormentas.

Su alquimia no le alcanzó para mover montañas.

Y mírame, aquí, sin maquillaje en los espejos,

sin ser un mago y sin conjuros multiplicando los panes y los peces.

Como la Hierba

Quise que nuestro amor creciera como la hierba,

como los matorrales capaces de sobrevivir al desierto.

Quise un amor predominante, evolutivo,

espontáneo como crecen los pastizales en los llanos

pero estuvimos plagados de espinas.

En la sequía nos arrasó un incendio.

 

Qué Fue de ti Ciudad Muchacha 

Nací en una ciudad muchacha que envejeció de pronto.

Tendida sobre los peores males

desprende el aroma de los desahuciados,

los pies le sangran

por caminos de espina y brasas.

Si hubieras andado aquel de piedra y lodo

no te retorcerías en dolores que te muestran incurable,

muchacha ultrajada por hombres diestros

en los malabares de la lengua que emborracha corazones.

Fuiste de uno y de otro,

te poseyeron tantos dejándote extraviada.

Una locura te impide recordar tu nombre,

pronunciarlo arrastra el eco antiguo de una voz

                                                                                apagándose.

¿Qué fue de ti, ciudad muchacha,

perdida en laberintos de palabras recurrentes?

Me duele verte despellejándote, muchacha anciana,

en el dolor que desprende el aroma de los desahuciados

mientras cobija los temblores de tu cuerpo la sombra

                                                                                   de la muerte.

Los Ataúdes 

Hay más de un ataúd en larga espera en las banquetas

junto a las puertas de las casas,

la ausencia es algo más que el fin de la existencia,

un retrato indeleble,

el eco de una voz retumbante en la memoria,

una nube lóbrega que filtra ríos de sangre.

No hay cruz sobre la tierra,

no hay moño negro en las ventanas,

es otro el tipo de muerte que duele hasta los huesos,

una tonalidad común en todas las fachadas.

¿Qué palabra empuñar ante tanto velorio

[de cuerpo ausente?

En cada casa hay más de un ataúd en larga espera

y no hay cadáveres para llenar tanto vacío.

 

Ciudad de Estatuas 

Nos roba los días el asesino,

el feudo puñal de un cruel fantasma

que invade esta Patria de esperanza incinerada.

La vida pende de un hilo.

Traza el aire el canto sombrío de las balas

y caen un hombre, una mujer, un niño.

Aquí la muerte tiene permiso,

en su dentadura injuriosa rechinamos.

Retoñan del fondo de la tierra brazos momificados.

Para seguir en pie hay que enjarrar la lengua,

petrificar el alma, sollozar entre las sombras,

permanecer también con ojos callados.

Pero vivir ciegos ante el acecho del verdugo,

indolentes ante el diablo que carcome nuestros huesos,

no hará que el sol renazca.

La gente se vuelve humo al doblar la esquina,

la sangre revuelta con muchos nombres

corre siempre calle abajo dejando lamentos encharcados.

Aquí nadie escucha nuestro grito,

alguien le clavó una astilla en la garganta a la esperanza.

¿Quién escribió esta historia de sueños cercenados?

Aquí la sangre lo impregna todo,

es un caudal que fluye de tu hermano, de mi hermano,

de tantos cuerpos que brotan de la tierra como flores, como cactus.

¿Hasta cuándo acabará el acecho de esta nube lóbrega?

¿Hasta cuándo acabará este sueño infectado?

¿Hasta cuándo este caudal de larvas y días como noches tenebrosas?

¿Hasta cuándo dejará de arder el inocente en fuego?

¿Hasta cuándo el desconsuelo dejará de entrar como un ladrón

por las ventanas para acuchillarnos?

No hay forma de evadir esta catástrofe.

Los faraones ofrendaron nuestras vidas

a los cancerberos de la muerte.

A dentelladas decapitan la ciudad,

despedazan el cielo, nuestras alas, nuestro canto,

trituran la risa de las calles.

En las muelas de esta viscosa pesadilla

se van muriendo todos los amaneceres

y nacen serpientes y alacranes.

No hay forma de ahuyentar las sombras en este reino descarnado.

¡Qué hacer! ¡Cómo!

La fe es una osamenta en el desierto, no alcanza para mover montañas.

No hay forma de acabar con esta pesadilla de penumbra y lodo.

Vivimos ciegos, indolentes ante el diablo que carcome nuestros huesos

en una pétrea ciudad de estatuas.

 

 

 

La Casa

A mi casa le falta un brazo,

se detiene en una pierna pero no es aquella

con la que aprendió a patear las piedras;

el brazo que le falta era el fuerte,

el que usaba para aferrarse a la vida.

Mi casa tiene el gesto de una perra enferma,

tiene heridas que no cierran,

hay quien dice que ya tiene gangrena.

Mi padre es carpintero pero mi casa,

esta casa llagada, enferma, no es de madera.

 

El Incendio

Una noche mamá nos despertó alarmada:

—¡Se quema la casa! ¡Se quema la casa! —gritaba,

tenía un claro paisaje de terror en el rostro.

Al ver la mano macabra de la llamarada

no le di importancia y me dormí de nuevo.

Aquello no era tan grave,

la lengua endemoniada de mi padre

desataba peores infiernos.

 

El Destierro

Guardé mis sueños y la corbata favorita en una caja de zapatos.

Doblé el consejo de mi abuelo junto a retazos capitulados de mi vida adolescente.

Mi corazón palpitaba de coraje,

                                                           libertad,

                                                                         miedo.

Un gesto indiferente quedó tras una puerta.

Frente a mí, la boca de un monstruo se abría para devorarme.

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