Santiago Espinosa (Bogotá, 1985)
Poeta y ensayista, rector del Gimnasio Sabio Caldas en la localidad de Ciudad Bolívar. Es el autor de Escribir en la niebla (Granada, España, 2015), Compilación de ensayos sobre 14 poetas colombianos, y del ensayo literario El resplandor y la sombra. Una poética de las montañas (Fondo de Cultura Económica, 2021). Ha publicado los libros de poesía Los ecos (2010), Lo lejano (Quito, 2015) y El movimiento de la tierra (2017), ganador del Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2016. En 2019 apareció en Turín Detrás de lo que escribo siempre hay lluvia, antología de sus poemas traducida al italiano. En 2021 se publicó Meditación interrumpida, compilación de sus traducciones de Robert Hass. Su libro Cuaderno de California ganó la Beca de creación de Poesía del Ministerio de Cultura en 2022, y saldrá publicado por Himpar en las próximas semanas.
BREVE MUESTRA POÉTICA
LA CASA ILUSORIA
Para Giuseppe Volpini.
Como un árbol
que se abre camino en la mitad del mar,
la casa, su olvidado lenguaje de peldaños,
de redes y vacíos luminosos,
nació en el sueño del arquitecto.
“Una casa”, se dijo,
“huella de la vida,
que tenga por rostro
la prudencia del anónimo…”
“Que interprete la montaña
sin cortes sin remedos.”
“Pura y aislada como la hoguera.”
Y de la casa surgieron moradores.
Sus altos muros
fueron perdiendo la extrañeza,
cuando por el pasillo circularon las visitas
haciendo de los rincones escondites,
refugios,
donde la hombría pudo llorar las deudas
de rejas para dentro
y habría de llegar el sexo
a la lengua de los niños.
Sonaron los estruendos de cada noticiero.
El abandono
en las caídas del fútbol.
También hubo películas dobladas
que hablaban del África,
de una aridez distinta
a la que comenzó en los muslos
y terminó en el trazo de los rostros.
Fueron muchos los recuerdos
que se robó la mansarda.
La capa adusta del abuelo,
caracoles de ecos prófugos.
Los niños jugando a la guerra
con sombreros de copa
o emprendiendo la caza del Mohán
en la selva imaginada.
Mientras tanto, en la noche, los otros
oían a su conciencia traquear en la madera,
dando sus primeros pasos.
En medio de los aromas del melón, siempre distintos,
viendo la luz colarse en los vitrales,
por la ventana entró el sonido
de un antiguo clarinete,
poblando la casa de fantasmas
y de barcos que se hunden.
Con el adiós de los nardos, creciendo en la portada,
quizás solo hubo tiempo de mirarse a los ojos
para estrellar las copas de cara a la montaña.
Hubo tiempo de alzarlas
y volver a brindar por los ausentes.
La obra estaba completa.
EL OTRO
Pasa un hombre
el niño
que fue
lo mira
con rabia.
AL MARGEN
Tarde de sed,
llueve sobre las calles
detrás de lo que escribo
siempre hay lluvia.
La música abre una esfera
donde entran y
salen los fantasmas
que no he visto
cesa la gravedad
bajo sus botas mojadas
y llueve
adentro.
INTERIOR AU VIOLON
Matisse le ha dado luces a un encierro
que no era la alegría de la vida.
El negro abisal de una ventana entreabierta,
el violín en su estuche de oscuridad
incapaz de traducir las gradaciones del océano.
Similar a un sueño, cuesta entender
qué es el arriba o el abajo.
El esplendor de lo sencillo
sobre una superficie en reposo
donde no llega el invierno ni la muerte.
Por un momento podemos sentir
la vecindad de la palmera y las olas
imaginar que el violinista
se ha ido a la playa o a morir
y en el estudio ha quedado
toda la música del mundo.
Se necesita olvidar mucho para pintar de esta manera.
Aprender a mirar los objetos como umbrales
entre el fuego y la semilla
hasta hacer de la luz un niño que se asoma.
Mi padre heredó esta réplica. La imagen lo acompañó
en los mejores años de la vida.
Allí supe que él también quiso huir, antes de nosotros,
perderse en su mar, también que quiso hacer del interior
un espacio propicio para la música.
Miro este cuadro donde un sonido deslumbrante
está a punto de abrirse. Y es otra vez el mar
el que espera por nosotros, mi padre y yo,
es otra vez la música. Como un vacío
que aún en la huida de los cuerpos
hace que triunfe el color sobre la gravedad y los días.
DERIVA PLANETARIA
Es como si los rostros durmieran
en la quietud de los autos
obstinados en las prisas del café
o junto a una mosca que rodea
torpemente la última luz del arroz.
Todo se obstina y pesa,
es el calentamiento global.
La habitación ha quedado vacía.
Por las ventanas
entra el viento quemado
de las naves del mundo.
y sin embargo, se mueve.
FOSA COMÚN
Te abres el pecho
largamente
y allí encuentras
dos libros
casas que no alcanzaron
su estatuto
de moradas
el ojo de los dormidos
como un carbón
bajo la niebla
sigue cavando
los rostros de tus abuelos
amarillos
por el cáncer
el uno era político
y soñaba con los trenes
el otro un músico
que le cantaba
a las luciérnagas
Montañas arrastradas
por un río
de voces
pedregosas
y más abajo
el mar.
Ha sido inútil el arte
de cavar huellas.
Abrir un agujero
entre la hierba
y los
papeles
dispersos
para mirar de nuevo
las estrellas.
ODA A CELAN
Sous le pont Mirabeau coule la Seine
Apollinaire
Para Carolina Londoño
Fuimos al puente Mirabeau
para pagarte una promesa.
Las horas pasaban
sobre el Sena, las vidas
cada vez más diminutas
y más rápidas. Confiados,
pensando que un suicida
escogió el lado de la Torre,
que nada termina de caer,
arrojamos al agua
una moneda.
JOHN FABRICANTE DE HELADOS
Lo aceptemos o no, el reto estaría en permitir
el contacto. Entrar en lo que ha estado disperso.
Pienso en esa persona con la que coincidimos
una mañana, extraños el uno para el otro
como ocurre en los sistemas de transporte.
Se presentó como John, de Staten Island,
yo como alguien que viaja desde otro país.
Hubiéramos podido callar pero la escena
seguiría intacta: dos hombres que miran la marea.
John me habla de su familia que está a algunas bancas
de distancia. Su esposa, sus nietos. Se sorprende del
dominio de estos chicos con las nuevas tecnologías,
para él incomprensibles. Me habla de su madre
que está entera a los 90 y vive en las playas
de Long Island. El mundo se ha vuelto numeroso
pero el frío conserva sus historias,
la de John, nos mienta o no desde su voz carrasposa,
quien asegura haber tenido una fábrica de helados
no muy lejos de allí, “el mejor trabajo del mundo”
sostiene, mientras sus ojos se abstraen hacia otro horizonte.
Piensa, sin decirlo, que un joven cualquiera
podría entenderlo mejor que su madre,
de pronto ser la muerte con su abrigo de extranjero,
justo en el más caluroso de los inviernos.
Cuántas cosas ha visto John, cuántas verdades
que quedaron en suspenso. Los recuerdos lo persiguen
como un furgón de cola que no termina de encajar.
Y él allí, siempre adelante de ellos.
Pero ahora hablemos de su voz, algo apagada por los años.
Como si las palabras nos espiaran del otro lado del hielo,
como si no hubiera garganta sino una guitarra de despojos,
abandonada por los suyos entre las piedras y la nieve.
Sus frases tenían la luz de lo que ya está a punto
de desvanecerse. John, pensamos, no le hablaría
a otra persona con la misma confianza, sólo a un extraño.
De pronto la muerte fuera él y esta la última estación,
un símbolo, John de Nueva York y de ninguna parte,
el mar se desplaza bajo el Ferri como dos sedas divididas.
Nos despedimos algo antes de tiempo,
hubo amistad entre los dos. Lo felicito por su familia
mientras él, cálido sin embargo,
me habla desde la escarcha y me desea un feliz viaje.
CENTRAL PARK WEST
...mucho después de que los dinosaurios se extinguieran,
llegaba a este lugar...
José Hierro
Debieron terminar muchos paisajes
para llegar a este silencio, muchas mañanas.
La tierra negra del invierno.
Las piedras que ya estaban en el parque
antes de que los dinosaurios
se extinguieran.
Tenía que abrirse entre los ojos
y el instante una canción conocida,
como si el tiempo ordenara
los seres siempre que la escuchamos.
Saber que estos caminos seguirán
cuando nosotros nos vayamos.
Los maples helados y los subterráneos.
Los deportistas que cruzan
empujados
por una ambición
mucho más líquida que la vida.
Los rostros del invierno
no volverán a encontrarse.
Otros levantarán esta ciudad
desde sus ojos en un millón
de barcos de cristal
y de hormigón.
Agua que cae desde ninguna parte
y atraviesa las superficies,
las piedras que ya estaban.
Debieron terminar muchos paisajes
para llegar a este silencio,
muchas mañanas
para volver a este lugar.
Ha comenzado a llover.
DESDE UNA MONTAÑA
Miramos la ciudad. Vemos desde la altura
tu casa o la mía, donde antes estuvo el mar.
Las voces se sumergen
al fondo del espacio
dejando en su lugar
un rumor desconocido.
Tuvimos que escribir para encontrarle
a los fantasmas su lugar bajo la lluvia.
Tantear su marca en la memoria.
Los amigos se marcharon
a otro punto del horizonte,
buscaban la semilla dispersa.
Aviones y promesas
dividían los años.
Nosotros aprendimos
a esperar lo que regresa.
Viendo bajo a las huellas
el movimiento de la Tierra.