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ENSAYO

REVISTA FUERZA DE LA PALABRA

Eder Giovanni Cervera, Ibagué 1987.

 

Psicólogo y escritor de Ibagué. vinculado a la red Relata durante varios años. Ha trabajado en programas sociales para el desarrollo en primera infancia y fortalecimiento familiar vinculados al ICBF. Ha dirigido talleres de escritura creativa en cárceles de su región a través de los programas libertad bajo palabra y palabras justas. Se ha enfocado en escribir poesía como una forma de relación con la vida. También incursiona en géneros como la minificción y el ensayo. Maneja el blog Las nubes desmembradas y lanza su primer libro gracias al Premio de Poesía “Juan Lozano Lozano” de la Alcaldía de Ibagué y la Secretaria de Cultura. Actualmente se concentra en la elaboración de comic a través del colectivo Osezno Arte Estudio.

El eterno resplandor del eros

¿Cuán feliz es la suerte de la inocente vestal?

Al mundo olvida y el mundo la olvida

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos

Acepta todas las plegarias 

Y renuncia a todos los deseos

(Alexander Pope)


 

En una de las escenas de la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” del director Michel Gondry del año 2004, la cual trata sobre la posibilidad de borrar nuestras memorias para no sentir dolor o para no confrontar nuestras realidades; me conmovió una especialmente por su delicadeza y profundidad; aquí trataré de abordarla y a grandes rasgos dar cuenta de lo sucedido: Mary, al recuperar sus recuerdos, regresa a robar los archivos para revelar el secreto de los pacientes del doctor Howard Mierzwiak, al salir de la clínica es interrumpida por Stan, quien sigue amando a Mary. Entre ellos se da este diálogo:

 

—Supongo que no regresarás. De ser tú, no regresaría.

—¿Jura que no lo sabías?

—Lo juro.

—¿Tú no me borraste la memoria?

—Claro que no. ¡Dios no!

—¿Nunca sospechaste de nuestra relación? (Refiriéndose al Dr. Howard)

—Una vez, quizá. Regresaba de un trabajo y estabas en su auto. Los vi hablando. Te saludé con la mano y reíste. 

—¿Cómo lucía?

—Lucías feliz. Feliz con un secreto.

En la película la posibilidad de alejar el dolor del amor termina, irónicamente, alejando también la felicidad. Está es una dualidad que a la sociedad actual le cuesta digerir y entender. Nuestra sociedad dedicada al narcisismo y la autosatisfacción carece de la capacidad de entender el amor. Parafraseando a Byung Chul Han, dice que en el infierno de lo igual se rechaza al otro al no poder subyugarlo a nuestro deseo. Mientras otras generaciones resolvían el amor, pese a su herida, la nuestra prefiere negarlo. No hay tiempo para sufrir, porque el único dolor aceptable es el dolor productivo, el dolor del éxito, y cualquier otro dolor es una enfermedad que debe ser curada o extirpada. Pese a la fobia del amor de nuestro tiempo, entender y hablar de él, sigue construyendo nuestra realidad.  

Es curioso ver círculos culturales con la constante queja de fenómenos como el reggaetón, el cual creemos que no merece un mínimo de análisis por su simple composición y su falta de contenido. Una música que se pensó que no duraría más de dos éxitos y se extinguiría; sin embargo, han pasado cerca de veinte años desde su estreno y se éste sigue con gran fuerza y se ha introducido en diversas culturas. Quizás no podríamos decir nada de este género si se quedara en las discotecas y las fiestas, si fuese la música de diversión. Pero no lo es. Es la música que representa una serie de valores y formas de entender las relaciones. El reggaetón es un ejemplo de la agonía del eros: La necesidad constante de verse felices, la objetivación del cuerpo, el ser implacables con todo aquel que no sea parte de la sociedad de rendimiento, el abandono del amor por la masturbación colectiva. Y no es que este género musical hile estas ideas, sino que como todo producto comercial representan las ideas masificadas; es decir, el género musical no construye las ideas, sino que toma las ideas de su entorno y las musicaliza, como para ejemplificar mejor: Ya no existe un don Juan doblegado por la belleza femenina, sino el contador Juan hablándonos de las monedas de cambio y el número de cuerpos en las bodegas del placer. Aun así, pese a esa posición de magnate de Wall Street, seguimos sufriendo como Clementine Kruczynski (interpretada por Kate Winslet) por su relación.

El amor se desarrolla en la interlocución del otro, pero nuestra sociedad no permite esa interacción. El otro solo se puede desarrollar en los planos aceptados por el “Yo narciso” y, en tanto eso no suceda, nadie quiere perder el tiempo en un amor, a menos que se pueda asegurar que es un amor exitoso, un amor sometido al Yo.  

(…) Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,

sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas (…)

(Gioconda Belli)

Es así como, pese a todas las supuestas aceptaciones de ideales y posiciones multiculturales, el amor sigue siendo la misma propuesta: Los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe; el amor siempre medible por la sociedad, todo aquello que no se quede en mi perpetua vida es un desperdicio, Pero aceptamos perder con otro el tiempo, lo hacemos con desazón, en relaciones formales o esporádicas: El amigo o amiga con quien te encamas porque no había más y el cuerpo pide, “mientras aparece el indicado disfruta con el equivocado”. Esa es la única manera en que subyugamos al otro en el narcisismo. Mientras pasa el tiempo, y el idealismo del amor no se cumple, vamos viendo la herida abierta, autoculpándonos por el fracaso. Terminamos dedicados a las curas de chamanes emocionales que nos terminan enfrascando aún más en el narcisismo: el problema es que no te quieres a ti mismo, dedícate a ti. 

Es difícil explicar las dualidades, como en uno mismo existe los opuestos. Como en el conocer al otro nos conocemos a sí mismos, como al desconocer al otro nos desconocemos a nosotros mismos. Estamos compuestos de la interacción del mundo interno y externo. La depresión moderna no es más que el vacío interno, un vacío sobrecargado. En psicología, una de las primeras cosas que se hacen al detectar un sujeto depresivo es intentar fortalecer sus redes de apoyo. Quizás este acto de protección puede revelarnos mucho sobre el amor. Cuando se rompe un vínculo, cuando el otro no se subyuga a nuestro deseo, el sujeto depresivo de rendimiento se ensimisma porque la responsabilidad cae en sí mismo y no en la interacción. No es un camino bidireccional. Sin embargo, el amor es un camino que va hacia otros, la otredad ayuda a curar el autoflagelo.

Volviendo a la película, cuando Joel y Clementine borran sus memorias entran a un vacío existencial. No sufren por la ausencia del otro sino por la pérdida de sí mismos. No han perdido al otro, no lo conocen. Sus vidas carecen de sentido en tanto no hay nada que los conecte a la pulsión erótica, son ellos mismos resolviendo sus vidas, sin la expansión del otro. Cuando se reencuentran se sienten abrumados, tienen una serie de desprecios el uno por el otro que desconocían. Pero sus voces son la aseveración de que existió un terrible momento de su historia. A pesar de la evidencia empírica del sufrimiento deciden quedarse juntos, deciden la otredad. 

Es difícil entender lo erótico en un mundo reduccionista. Cuando se confunde la elección de la otredad con la aceptación del maltrato. Mientras que la otredad nos hace sufrir en la incapacidad de la subyugación del otro, el maltrato es la aceptación de la violencia, ya sea por temor de la perdida de la vida o ante el narcisismo de no aceptar el fracaso. No obstante, mientras el sufrimiento de la otredad se puede resolver en la ternura, el narcisismo y no en la inmediatez, parece resolvernos el dolor, termina prolongando aún más, el sufrimiento. El sujeto “empoderado” termina tendido en su propia tiranía.

A diferencia de la genitalidad, el erotismo es un juego de tomar y soltar. Nos abandonamos y nos empoderamos. En el erotismo abrimos la fragilidad. Mientras en la genitalidad fingimos un trueque de placer, en el erotismo caminamos en la incertidumbre. La sociedad del siglo XXI es una sociedad genital, se engaña al busca el estado de control, donde lo único que podemos controlar es nuestro placer inmediato, y nos quedamos simbólicamente reducidos. La genitalidad podemos evaluarla productivamente, desde la frecuencia del coito hasta un mercado expansivo de los impulsos sexuales (como los sex shop). Sin embargo, el amor, pese al “marketing”, no es un producto vendible. Tenemos mercados de “souvenirs” que simulan nuestro amor, pero no hay un mercado que pueda venderlo. Existen sitios de citas que facilitan el encuentro de dos sujetos en busca de amor, pero el amor como producto no existe. Por ello la idea de enamorarnos o expresar este sentimiento, termina siendo cada vez más condenada por la sociedad. “El que se enamora pierde” dicen popularmente, ejemplo claro de cómo queremos convertir la emocionalidad en un balance contable. 

Quizás lo más grave del asunto es que, perder el amor es algo involutivo, es regresar a un estado animalizado. Para Octavio Paz el amor es la elevación humana sobre el estado animal. En su libro La llama doble, explica como pasamos del reino del dios Pan al erotismo y, por último, al amor. Algo expresado de una manera más breve por Darío Jaramillo Agudelo:

Sé que el amor

no existe

y sé también

que te amo.

 

Los vínculos primarios de los animales no son amor, son la forma de relación para moverse en su entorno como parte de un todo natural, un ecosistema. Por eso el amor no existe. Pero el amor, como creación humana, es un proceso transformativo de la realidad. Quizás, el amor es lo único que nos diferencia como especie, lo único que nos humaniza. Los vínculos primarios de los animales no son amor en tanto no son capaces de simbolizar. Creo que debo corregir esta última línea: el amor es el máximo ejemplo de la simbolización del hombre, al simbolizar creamos, al crear transformamos, sin esta máxima nos vemos reducidos en tanto nuestra simbolización se simplifica y al simplificar no creamos. El amor es el estado contemplativo del ser ante la realidad natural, y en la quietud de la contemplación se genera el movimiento simbólico que permitirá la transformación. El amor, es entonces, dualidad de quietud y movimiento. 

Basándonos en Octavio Paz, podríamos asumir que el hombre del siglo XXI está en un punto limítrofe, entre lo pánico y lo erótico. Quizás, lo único que lo mantiene en esa línea es la supresión de la fecundidad, pero incluso eso es una línea delgada, y a la que el ser humano, muchas veces sucumbe obedeciendo a su instinto de procreador. La sociedad genital se ha centrado en un impulso acelerado que le impide la expansión de lo erótico. Centrados en la estimulación de la zona pélvica y seccionando el resto del cuerpo para establecer una sexualidad dirigida al consumo, el cuerpo ha dejado de ser un gran todo de placer; incluso, la industria pornográfica se ha transformado en pequeños videoclips, para consumir únicamente lo que queremos, para mantenernos en el narcisismo, centrados en el “Yo tiránico”. 

El erotismo se eleva en tanto se retrasa la estimulación genital y se metaforiza el deseo en el cuerpo completo. La sensibilidad erótica empieza a producirse en el abandono de sí mismo para la otredad, nos extendemos en la piel del otro, en su beso y su deseo, nos empoderamos en el cuerpo del otro, y cuando el otro en retaliación a nuestra penetración se abalanza a conocernos, se abalanza para conocerse a sí mismo; y nos dejamos abandonados a nuestro placer para que el otro se empodere. Un oleaje de los Yo que desdibuja el cuerpo y hace que se sienten perdidos. 

(…)Tanta turbación

sólo podía ser la prueba

de un deseo muy grande

tan grande

que ni tú misma

podías satisfacer.

(Cristina Peri Rossi)

Sin este encuentro de la sexualidad elevada, del erotismo, no podemos soportar el amor, el cual ya no desdibuja solo nuestros deseos, sino que desdibuja lo que somos.

El inicio del amor es un asunto de levedad, aludiendo a Italo Calvino. El amor sustrae todo aquello que nos pesa y nos pone en movimiento, y aunque suena bello, la elevación puede resultar brutal, dolorosa. La elevación es incertidumbre y no tenemos la noción del control que nos da el peso. Para Italo Calvino estas dos antagonistas (levedad/peso) no representa un plano moral de bien y mal, sino dos situaciones que se presentan en la vida. Así pues, sustraer peso no es bueno ni malo, sino un acto transformativo, el sujeto cambia al no tener algo que antes existía en él. La levedad despoja en el otro.

 

(…) yo, que soy eterna pues he muerto cien veces, de tedio, de agonía,

y que alargo mis brazos al sol en las mañanas y me arrullo

en las noches y me canto canciones para espantar el miedo,

¿qué haré con esta sombra que comienza a vestirme

y a despojarme sin remordimientos? (…)

(Piedad Bonnett)

 

Sin embargo, así como despoja también viste, así como perdemos cosas al amar también ganamos peso: momentos significativos, caricias, besos, el alma del otro, el cuerpo del otro, el olor del otro, el dolor, la tristeza. Queremos convertir la turbación, el movimiento, en una estatua de nuestro placer. Queremos quedarnos inmóviles en el amor. 

 

(…) tú me serás, dolor,

la prueba de otra vida

en que no me dolías.

La gran prueba, a lo lejos,

de que existió, que existe,

de que me quiso, sí,

de que aún la estoy queriendo

(Pedro Salinas)

 

El amor es un asunto desbordante que ya sea por peso o levedad aturde nuestra existencia. Bueno o malo, el amor nos destroza y después de él sigue la imperiosa tarea de reconstruirnos, quienes pretenden volver a ser los mismos, sufrirán la herida del amor, quienes intenten entenderse se encontrarán así mismos, porque después de amar nunca seremos los que éramos y en eso radica su belleza, nuestros nervios, nuestra piel, nuestra forma de sentir es distinta. El amor no está hecho para la felicidad o el dolor perpetuo. El amor está hecho para la metáfora, para cambiar el mundo que tenemos. Quizás el poeta que mejor lo ha entendido desde mi punto de vista es, Vinicius de Moraes:

 

(…) Que pueda yo decir del amor (que tuve):

Que no sea inmortal, puesto que es llama,

Pero que sea infinito mientras dure.

 

Volviendo a la excusa inicial, la historia de amor de Joel Barish (interpretado por Jim Carrey) y Clementine Kruczynski, vemos ejemplificada la sociedad moderna, por un lado, Joel es el sujeto narciso que se enfrasca únicamente en su propio dolor y Clementine es el sujeto de rendimiento, el cual quiere aprovechar a toda costa, cada minuto de su tiempo. Pero ambos logran una conexión con la realidad, una conexión con ellos mismos, gracias al otro. Cuando la relación fracasa Clementine, como sujeto de rendimiento, busca la solución más funcional y práctica: Borrarse los recuerdos y dejar de sufrir automáticamente para poder seguir buscando la felicidad. A pesar de ello, la crisis existencial para Clementine persiste y ahora con un hueco en la memoria con el cual puede ser manipulada aún más. Joel, como sujeto narciso, busca vengarse pagando con la misma moneda. En medio del proceso, Joel, logra la introspección de que perder los recuerdos dolorosos, es perder la otredad que lo conectó con el mundo y con las emociones más bellas, pero la fuerza pasional del amor no es suficiente para salvar los recuerdos ante el mundo funcional y de rendimiento. La última jugada de Joel es entender su vulnerabilidad y salvarse en la ternura, simbolizada en Montauk, donde no hubo un beso, donde no hubo nada, solo la posibilidad de conocer a un otro. La ternura es quizás la sensación más sobria. La única sensación que puede desbordarse y no se siente aterradora. En la ternura desdibujamos el dolor y el placer de nuestra historia, donde cada habitación de nuestra memoria cobra sentido. Descubrir la ternura es quizás el gran y único, propósito del amor.

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