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CUENTO

REVISTA FUERZA DE LA PALABRA

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Óscar Godoy. Ibagué, 1984.

 

Comunicador Social Periodista de la Universidad Externado de Colombia, con Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Texas en El Paso. Docente de larga trayectoria en el campo de la creación literaria, tanto en los programas de la Universidad como en los talleres de Idartes y otras instituciones. Ha ganado diversos premios literarios en los géneros de cuento y novela, el más reciente de los cuales fue el Premio Ñ Ciudad de Buenos Aires, obtenido en octubre de 2019 con la novela Te acuerdas del mar. Ha publicado las novelas Duelo de miradas (2000), El arreglo (2008) y Once días de noviembre (2015), y el e-book de cuentos Desde mi ventana (2017).  Te acuerdas del mar será publicada en Buenos Aires, Argentina, en diciembre de 2020.

Todo al revés

          –El mundo del revés tiene patas encima de las mesas, ventanas debajo de las alfombras, lavamanos colgados de los techos, colchones bajo las tablas de las camas,  camiones flotantes conducidos desde atrás por aviadores ciegos...

          –No es gran cosa, papá...

–...y tiene aviones con las turbinas hacia el frente y casas con la puerta de entrada en el segundo piso, la cocina en la terraza, los dormitorios en el garaje, y una amplia sala amoblada y cálida donde se parquean los carros...

           –Más bien dirás los caballos...

           –¿Los caballos?

           –Si la puerta queda en el segundo piso, quien llegue tiene que pararse sobre el caballo y saltar para alcanzarla... o entrar con caballo y todo, con un gran salto de caballo...

           –El mundo del revés no admite esas consideraciones lógicas...

           –Sería rico caer en la casa con un caballo...

           –Tendría que ser un salto hacia atrás... la cabeza entraría de último...

           –¿Eso si sería lógico?

           –Sí, dentro de esta lógica.

           –Dime más...

 

La penumbra duele. El silencio de la casa duele. El llanto de mujer en el cuarto vecino duele. La respiración suave sobre la almohada duele.

 

            –El mundo del revés tiene soldados atendiendo salas de belleza y filósofos en el campo de batalla...

            –¿Qué son los filósofos?

            –Unos hombres con mucho filo...

            –Entonces estarían bien en el campo de batalla. Eso no es lógico.

            –El filo de estos hombres no es físico sino mental...  usarían el fusil como bastón, o para bajar guayabas...

            –Ah...

Mirar la habitación duele. El orden excesivo. El decorado de las paredes, con sus estrellas doradas y azules. Los móviles posmodernos. Las vitrinas rebosadas de juguetes, cada uno en el lugar correspondiente. La alfombra impecable. La cama mullida, con las cobijas exactas. Los colores, los detalles, las texturas, son el mejor reflejo del compulsivo orden mental de quien decide todo en casa. Por fortuna el conjunto se rompe al observar la cabellera revuelta  y  los ojos al borde del sueño. Y esos ojos duelen más, siempre más, cada vez más.

          

            –El mundo del revés tiene gente que suda bajo el agua y pescados que conducen bicicletas rumbo al trabajo.

            –¿No pueden manejar autos?

            –También, pero se cansan rápido de la cola cuando tienen que acelerar para ir más despacio.

            –También se cansan pedaleando... y no pueden mover sino un pedal...

            –Y si se les atraviesa un pez más grande se olvidan del trabajo y salen a perseguirlo...

            –Dime más...

            –En el mundo del revés las personas salen a la calle por las bolsas de basura que van bajando de un gran camión unos hombres de vestido naranja, las recogen, las llevan para las casas y empiezan a regar todo, con mucho cuidado, por las salas, las cocinas, las habitaciones...

            –Esa está buenísima... ¿Te imaginas la cara de...?

            –Está muy bien visto extender las cáscaras de huevo, las sobras de comida, los plásticos, el polvo, el papel higiénico usado, las cajas de cartón y las latas, por cada espacio de la casa, casi tanto como la abundancia de ratones. Incluso hay concursos de mal olor cada semana, organizados por las asociaciones de vecinos.

            –Los niños juegan a resbalarse por los regueros de salsa de tomate...

            –Y a los papás les toca apartar los espaguetis de la pantalla del televisor para  ver el noticiero...

 

Una conmoción apenas audible sacude la habitación. La niña se retuerce bajo las cobijas, en un esfuerzo enorme para no dejar salir la risa de su boca. El papá tiene experiencia en la vieja técnica de la carcajada silenciosa. Ambos saben que el sonido no debe escapar hasta la habitación vecina, donde persiste el llanto. Poco a poco, las respiraciones retornan a la calma.

–Bueno...

 

            –No quiero...

            –Te hice reír justo cuando te estabas durmiendo... pero es tarde...

            –No te vayas...

            –Solo hasta que te duermas...

            –Si me quieres dormir tienes que contarme otra...

 

Difícil pensar en algo ahora. Difícil sacar ánimos para hilar otras palabras. Por fin, la voz suena quebrada, vacilante.

            –En el mundo del revés los niños se duermen con la luz del día y se levantan a las tres de la mañana a preparar el desayuno del papá.

            –Malo.

            –Así son las cosas. No todo tiene que ser a tu gusto en ese mundo.

            –Más bien háblame de papás que nunca van a dejar de hacer el desayuno...

 

El silencio duele. Las lágrimas sobre la almohada duelen. El abrazo duele: dos manos pequeñas aferradas como garfios.

 

            –Me gustaron el caballo, los filósofos y la basura... ¿Me los vuelves a contar?

            –Hoy no, mi niña.

 

Poco a poco la respiración se aquieta. Media hora más tarde, el hombre se pone de pie con esfuerzo y apaga la luz de la lámpara de mesa.  En la oscuridad se orienta hacia el pasillo, donde encuentra dos maletas grandes, pesadas. Sin hacer caso del llanto de mujer que todavía  se escucha en la habitación principal, alza las maletas y camina hacia la puerta de la calle. Desde su automóvil mira durante largo rato la ventana del cuarto donde duerme la niña. Le parece ver tras la cortina una cabeza  de caballo, una guayaba ensartada por un fusil,  un pescado en bicicleta, pero la sonrisa no alcanza a formarse.  Con los ojos húmedos mira por el retrovisor, enciende el motor y arranca, en reverso, por la calle solitaria.

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