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REVISTA FUERZA DE LA PALABRA 
SEPARATA ESPECIAL 

AUTORES DE LA CIUDAD DE LA LUNA

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Luis Alberto Niño Alarcón, Bogotá, 1971

Ha vivido la gran mayoría de su vida en Chía Cundinamarca, de donde su familia materna, es natural, y de la cual él se siente nativo. 

Es técnico en sistemas y publicista de la Universidad Central de Colombia.

Actualmente es estudiante de la Escuela de Formación Artística y Cultural  - EFAC de Chía y del Taller Libre de Cuento.

En sus propias palabras se define como: “Amante de la lectura, explorador de conocimientos e inquieto aprendiz del arte de la escritura”.

Paro Nacional: ¿“Guerra Santa”?

 

“No estoy de acuerdo con lo que dices, 

pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo.”

Voltaire 

 

Prendo el televisor en el momento que transmiten la primera emisión del noticiero de la noche, sección de noticias internacionales: “Guerra Santa”, como si fuera posible combinar estas palabras de manera coherente, pero las he oído juntas, tan seguido que me he acostumbrado a la absurda conjugación. Proyectiles de un lado, tanques de guerra del otro. Enseguida la sección nacional: Paro, protestas, bloqueos, marchas contra los bloqueos, heridos, muertos, desaparecidos, toda una película de terror con intermedios comerciales de familias ideales, potentes automóviles y casas de ensueño.

En uno de los cortes donde los patrocinadores venden sus productos y de paso, financian la subjetividad de la información que recibimos, aprovecho para entrar a la red social en mi móvil y encuentro publicaciones donde la violencia es aceptada de acuerdo a la ideología defendida y donde las desigualdades, son justificadas en el escueto argumento del esfuerzo, como si no existieran factores personales, contextuales, históricos y sobre todo como si dependiera exclusivamente del individuo sin tomar en cuenta las relaciones con los demás sujetos.

Regresa “el informativo” televisivo y los reportajes hacen énfasis en los actos vandálicos, soportados en imágenes de gente sin rostro: algunos encapuchados, otros con escudos de latón y algunos disfrazados de “Robocop”; incendios, destrozos, saqueos, y por supuesto, entrevistas capciosas a ciudadanos comunes, con cara de tragedia, quienes son interrogados acerca de las consecuencias que les ocasionan las acciones de los manifestantes. Algunos dicen lo que el periodista quiere oír, otros contestan lo contrario, pero, para este último caso siempre existe la magia de la edición.

 

En consonancia con lo anterior, en los canales comerciales, pocas veces se ven informes profundos sobre las carencias generalizadas de la comunidad que han gestado la explosión de las inconformidades expresadas. Es así como los medios de comunicación en contubernio con las fuerzas del poder empiezan a reconfigurar el derecho a la Protesta Social denigrándola y señalándola como causante de las problemáticas sociales, cuando esta, realmente es la consecuencia. 

 

Los oscuros artificios para deslegitimar la protesta

La percepción negativa del Paro Nacional por parte del ciudadano desprevenido, que ha normalizado un sistema de vida mediocre, donde prima la subsistencia individual y la creencia en que el acceso a determinadas comodidades, son privilegios suficientes que deben ser defendidos y priorizados, es el resultado de maquiavélicas estrategias de la nefasta alianza ya mencionada:

  • La exaltación del vandalismo como arma de los marchantes, movidos por intereses anarquistas. 

  • La ponderación de las consecuencias para el sistema económico que tiene la prolongación indefinida de este tipo de expresión popular.

  • El fortalecimiento de la polarización de la opinión pública mediante la permanente agitación de las redes sociales y la contraposición de las ideologías sociopolíticas.  

 

Todo lo anterior persigue el objetivo básico de deslegitimar la Protesta y hacer que la misma población censure este derecho básico. El peor error que puede cometer una sociedad es caer en la trampa de renunciar a sus derechos, entrar en conflictos internos entre sectores a favor y en contra de la defensa de los mismos, dejándose inducir por manipulaciones ideológicas convenientes para pequeños sectores de poder que se benefician de su vulneración, sostenidos y motivados por la corrupción del sistema. 

Quienes defienden la postura de la represión  de la Protesta, lo hacen pensando en los perjuicios, generalmente egoístas y banales, comparados con los principios que motivan estas movilizaciones como el fundamental derecho a la vida, el cual, sufre continuos atropellos  por parte de los diversos actores del conflicto en Colombia, como son grupos armados (guerrilla y paramilitares), crimen organizado (bacrím y narcotráfico), delincuencia común, y en algunos casos, las fuerzas armadas, traicionando su función primordial de proteger y servir a la población civil.  Los mencionados actores, a su vez, son protagonistas de primer orden en las criticadas muestras de destrucción a los bienes públicos y privados vistos en las manifestaciones.

¿Qué el sistema económico de la Nación se ve afectado por el Paro? Es evidente, obviamente es uno de los objetivos buscados, porque en un país donde sus habitantes cada vez tienen menos conciencia social, la economía particular se convierte en una forma de tocar la sensibilidad del individuo para que volteé a mirar las privaciones de sus semejantes. Pero, la economía se puede recuperar y una vez superado el conflicto retoma el ritmo, porque las necesidades de productos y servicios no desaparecen; a diferencia de las vidas arrebatadas a miles de compatriotas cuyo pecado ha sido solamente defender sus principios, comunidades, hábitat y derechos.

Lo más importante de todo esto, es que, el Paro Nacional, llegue a su fin en el momento oportuno, en el que se hayan conseguido soluciones de fondo, garantizadas mediante leyes y compromisos sustentados en la debida normatividad de derecho y respaldados por recursos económicos reales, con destinación sustentada y sostenible, que siembren semillas de cambio, que estrechen los baches que separan la calidad de vida de unos y otros connacionales. De nada sirve, terminar apresuradamente la protesta y seguir en una normalidad inequitativa y perniciosa que, a mediano plazo, termine en un estallido social de mayores proporciones y donde la estabilización de la economía se torne imposible.

Por último, la polarización de la opinión debe ser atenuada y conquistada por el sentido común y la empatía.  El sentido común como sinónimo de sensatez, que nos rebela que no es viable un país donde no hay respeto por la vida, donde los derechos básicos como estudio, salud, vivienda o empleo dignos, son exclusividad de quienes tienen el alcance adquisitivo para conseguirlos.

 

Sembrar empatía, cultivar un verdadero cambio

Cambiar el momento histórico convulsionado en el que vivimos no será fácil, seguramente llevará mucho tiempo, pasaran varias generaciones; esta infortunada realidad se ha gestado durante centurias de corrupción e indolencia que han infestado sus nauseabundas raíces en todos los estamentos sociales. Sin embargo, construir una nueva realidad no es imposible, depende de empezar a concienciarnos de nuestra importancia como integrantes activos e inexorables de la Nación, hacer una transición de la preponderancia del individualismo, donde lo único importante es lo que cada uno sienta y necesita, hacia la consideración del bien común, donde todo lo que sucede a una colectividad, siempre afecta a cada individuo que la compone.

Es por esto que, cada uno de nosotros internamente debemos empezar a germinar el sentimiento de la empatía y reproducirlo en los demás, a partir de ser ejemplo en cada núcleo familiar, traspasar nuestra alma al cuerpo del otro; la empatía es la semilla del verdadero amor al prójimo, del amor que fortalece lazos  humanos a partir del mutuo reconocimiento de las necesidades. Es el amor que depone armas, que sepulta diferencias, que busca bienestar colectivo, que derrota la beligerancia destruyendo su egocéntrica raíz, sepultando la codicia y la corrupción. La empatía es la declaración del amor que rescata a la paz y la posesiona como reina y como reino.

La protesta social siempre es necesaria en todo país que pretenda ser justo, y por lo tanto este tipo de expresión debe ser valorada, respetada y defendida, y por lo mismo, el Paro Nacional, como una de sus formas más importantes; no en favor o en contra de una ideología sectaria -con intereses sesgados-, sino, como instrumento fundamental para la reivindicación de todos y cada uno de los derechos vulnerados de cualquier sector social. 

 

Llegó la hora de apagar el televisor, silenciar la promoción del absurdo, entender que una “Guerra Santa” es tan incongruente como despreciar los derechos sociales conseguidos con el alto precio de las cuantiosas vidas sacrificadas durante siglos. Como dijo Voltaire: “Los que pueden hacer que creas absurdidades, pueden hacerte cometer atrocidades”.

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Francy Victoria Fuentes Morales, Trujillo, 1957

 

Nace el 1 de enero de 1957 en Trujillo, capital de un pequeño estado andino del mismo nombre en Venezuela. Desde muy pequeña viaja con su familia al centro del país a Maracay, Aragua porque su padre era militar y era un estado con muchos cuarteles cerca. Allí realizó sus estudios y se graduó como profesora de Español, con especialidad en Lingüística y Literatura.

Tuvo una larga trayectoria como docente de aula y directiva en diferentes niveles educativos. Su mayor pasión es compartir saberes en las aulas y escribir por lo que cursa tercer ciclo en la Escuela de Formación Artística y Cultural de Chía.

Es madre de cuatro hijos y siete nietos, los cuales le parece “increíbles porque me acompañan en la aventura de escribir”.

Conciencia vs Violencia: Un Dilema Vital

 

Los pueblos latinoamericanos han sufrido la violencia y la desigualdad a lo largo de su historia. Sucesivas oleadas de convulsiones sociales sacuden a las naciones en ciclos alternos de pasividad y rebeldía. Pareciera que la sociedad se aletarga y luego despierta en la sangre libertaria de una generación que se cansa de sufrir las consecuencias de la lenidad, la indiferencia y la corrupción de los sucesivos gobiernos que se alejan del pueblo tan pronto obtienen el deseado sufragio arreado y convencido con promesas vacías y limosnas electorales.

 

Y es que Colombia, es una más en el concierto de naciones que arrastran una histórica deuda social y de justicia con su pueblo. Un gigante dormido que se agita buscando despertar de ese mal sueño.

No soy de aquí, pero amo a Colombia. Yo no conozco bien su historia, aunque hay muchos episodios compartidos, pero si viví en carne propia la degradación continua y progresiva de mi país, Venezuela, viendo con horror y con angustia como si sólo me hubiera cambiado de camarote en el Titanic.

 

Y no quiero que ningún pueblo latinoamericano, mucho menos Colombia que se ha convertido en mi segunda madre, que hace muchos años recibió a mi hija y que ha visto nacer a la mayoría de mis nietos, transite por la senda de empobrecimiento y deconstrucción antropológica que ha sufrido mi país.

Escribir sobre los hechos sucedidos recientemente me hizo recordar los eventos que en los últimos años se han suscitado en Venezuela, a raíz de la incorporación del movimiento estudiantil a la resistencia activa, contra el régimen que asola al país. Hace un poco más de 10 años, los estudiantes organizados comenzaron a hacerse sentir en las calles y ahí comenzó la masacre.

 

Sueños y escudos de cartón, enfrentaron a las armas policiales, de los colectivos armados, de las fuerzas de seguridad (o inseguridad), a la guardia nacional que apuntaban directamente a la cabeza de estos jóvenes como queriendo aniquilar el pensamiento de libertad que bullía en ellas.

Un grupo de profesores de la universidad veíamos con dolor como nuestros muchachos abandonaban las aulas para salir a gritar su desencanto. Les estaban robando los mejores años de su vida, yo pienso que la vida misma. Uno de esos profesores nos dijo palabras más, palabras menos “Deberíamos ser nosotros quienes tenemos que estar en primera fila haciéndonos responsables de este desastre, no esos muchachos que mueren a diario y solo son carne de cañón”. No he podido olvidar esas palabras. En estos días han rondado mi memoria esas palabras.

 

¿Hemos sido enseñadores o verdaderos maestros? Porque siento que el cambio debe generarse en las aulas, en proponernos a formar una nueva generación de líderes conscientes, ciudadanos, que saben de donde vienen y a donde van, formarlos para ser autodisciplinados, irreductibles en sus valores porque la corrupción y la rapiña han sido el denominador común en quienes han gobernado nuestros países a lo largo de toda la historia republicana.

Cuando veo la destrucción de estatuas, monumentos históricos y edificios públicos no dejo de pensar en la forma como hemos enseñado la historia. La mayor parte de las veces una sucesión cronológica de hechos con un enfoque mítico o epopéyico, descontextualizada y bajo el sesgo doctrinario de quien la enseña. Si de derecha presentando la necesidad de sumisión, si de izquierda el “ant-imperialismo” sin discusión. Una formación de conciencia crítica es vital para que quienes nos sucedan puedan tener en claro cuál debe ser su posición frente a las opciones políticas que se le presenten y que no habiendo opción satisfactoria, tomen en sus manos las riendas de sus comunidades. Que sean personas que no teman participar activamente en la búsqueda de soluciones pacíficas para lograr un futuro incluyente, con equidad y con justicia para todos.

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