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(…) Hace tanta soledad

que las palabras se suicidan.

Alejandra Pizarnik.

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Transcurría la recién anunciada pandemia del Coronavirus, la saturación mediática de los noticieros, de las redes sociales y los audios seudo apocalípticos del preludio de una distopía real que amenazaba nuestra configuración pre formada del mundo. El mal augurio sobre lo desconocido se diseminaba como un terrible pronóstico climático para los sueños, los proyectos y anhelos de nuestra más honda individualidad.   

 

En medio de las particularidades de este momento, de la sensación de incertidumbre, soledad, tribulación y pérdida, me preguntaba sobre la forma de conectarme conmigo misma, de encontrar esa parte de mí que, quizá, en medio del camino había olvidado en alguna esquina de la ciudad, de sanar la amputación anímica que me embargaba. Al sostener algunas conversaciones con amistades y personas cercanas concluí que dicha sensación de quebranto y orfandad no era un sentimiento estrictamente personal. De algún modo, la tribulación era general. Me pregunté en qué manera podría enlazarme conmigo y con los otros, a esos otros rostros que solemos ver en la calle envueltos en su propia percepción de intimidad, inmunes a los demás. Siempre he adorado los cuadros de silencio, donde habita solo un yo inconsciente y despreocupado por la otredad y, por ende, que no necesita re afirmar su singularidad. No obstante, la sensación de vacío y ansiedad embargaba las paredes blancas de mi casa a manera de pinturas abstractas que arrojaban una imagen de mí misma.

 

Fue entonces cuando decidí hacer pequeñas grabaciones de audio y video, leyendo apartes de algunos libros que tengo en mi biblioteca. Ahí apareció la lectura para salvarme de mi propia subjetividad, como siempre lo ha hecho, y re conectarme con esa extremidad de la imaginación que nos devuelve al centro de nuestra propia humanidad. Conversamos sobre ese y otros temas con la catedrática, investigadora y amiga María Ximena Hoyos Mazuera, sobre la importancia de la lectura y el lugar de la mujer en la producción literaria del país. En ese preciso momento nace el proyecto de poesía audiovisual ‘Poetas colombianas’. Empezamos desde nuestras redes sociales a convocar a todas esas mujeres que re hacen el mundo a través de la palabra; fuesen conocidas nuestras o no, quisimos dar inicio a una red de voces que fue creciendo con los días.

 

Empecé a conversar con poetas de diferentes puntos del país, a leerlas y brindarles a través de la edición de video una acción de visibilización de su propia voz. En ese primer momento logramos, junto a Ximena y el poeta Saúl Munévar, convocar más de treinta voces femeninas. Tras ver el impacto de aquella gestión que inició con una breve conversación por WhatsApp decidí continuar con el proyecto a través de otros medios y formatos.

 

Desde República Dominicana me contactaron con el objetivo de liderar un programa para una estación de radio española con presencia en varios puntos de América latina y promover la lectura desde ese espacio. Coordiné ciclos literarios sobre cine, ciencia ficción, terror, literatura fantástica y claro, cómo no, literatura colombiana. Una vez consolidado el anaquel de lecturas de poesía audiovisual de ‘Poetas colombianas’, decidí difundir la producción de esta colección de escritoras, en esta ocasión, a través de las ondas radiales.  

 

Desde un punto de vista retrospectivo se pueden identificar al menos tres momentos del proyecto de ‘Poetas colombianas’: el primero, desde el ejercicio audiovisual; el segundo, desde lo acústico-radial y un último momento, en el ocaso del 2020 cuando decidimos congregar nuevamente la poética femenina de nuestro país a través de la antología titulada ‘Vórtice lírico’. Al final de este proyecto, acudieron a nuestro llamado más de ochenta voces femeninas de todo el país. Estaba impresionada; nunca imaginé que podría, podríamos lograr algo de tal magnitud.

 

En ese último momento, la sensación de vacío se había transformado. Las paredes ahora se proyectaban como una hoja en blanco en la que es posible desplegar cualquier universo, proyecto o acción que no solo ‘salve’ nuestra más honda individualidad, sino que brinde, como en este caso, un espacio de visibilización a las voces femeninas de nuestro país, a menudo ignoradas en los grandes eventos de la industria del libro; que no es otra cosa que el reflejo de la condición de muchas de nosotras en diferentes escenarios de la sociedad.  

 

Desde la intimidad que representa la lectura y la escritura, extremidades carnales de la imaginación, logré, logramos convocarnos alrededor de estas sin mayor pretensión que escucharnos, congregarnos entorno al vórtice lírico que forma nuestra propia voz, una habitación propia en la que hablamos latín, una tierra firme donde los pájaros ya no olvidan cantar, donde tejemos coexistencia y cada hilo de nuestro segundo sexo finito, deja de ser subjetividad dispersa para convertirse en comunidad de sentido por y para nosotras.

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