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ENSAYO

REVISTA FUERZA DE LA PALABRA

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Rómulo Bustos Aguirre, Santa Catalina de Alejandría, pequeña población del Caribe colombiano, 1954.

 

Confiesa que su primera vocación es el dibujo, vocación traicionada por la perplejidad de la poesía. Ha realizado exposiciones individuales, participado en muestras colectiva
e ilustrado diversas revistas. Su obra figura en diversas antologías y revistas.

Realizó estudios de Derecho y Ciencias Políticas y una Maestría en Literatura Hispanoamericana en el Instituto Caro y Cuervo. Se desempeña como profesor de literatura en la Universidad de Cartagena y ha escrito diversos ensayos sobre literatura del Caribe.
 

Entre sus distinciones se destacan: Premio Nacional de Poesía, de la Asociación de Escritores de la Costa (1985) con su primer poemario. Premio Nacional de Poesía Colcultura (1993). Premio Ausias March, (2007), Premio Blas de Otero de Poesía, en (2009), Universidad Complutense de Madrid, con su poemario ‘Muerte y levitación de la ballena’, su más reciente Premio Nacional de Poesía en 2019 fue obtenido con su libro "De moscas y de ángeles".



 

La fuga y la mirada

Poesía es el ser en plenitud. En esta medida la poesía -al menos la poesía moderna- es un permanente exilio de sí misma, un permanente estar fuera de la Poesía y, en consecuencia, un desolado asedio a esta. Va en todo esto una especie de neurosis de la nostalgia. La mediación de la palabra ya es señal de una falla, de un “pecado original”; pues el lenguaje puede ser todo lo que se quiera menos la Casa del Ser. La palabra poemática* está lastrada de impotencia nominativa, y más significativo aún: está lastrada de la autoconciencia de esa impotencia. En su médula pulsa como eje gravitatorio la orfandad, el destechamiento. De ese exilio, de esa orfandad, de esa desolada nostalgia e impotencia del ser y la palabra que lo dice es de lo que habla Lucía Estrada:

 

TODAS LAS VOCES están  huérfanas  de  sí, y en esa orfandad se asisten, se acompañan.

 

Ahí está el misterio. El que no podemos tocar Para el que no asisten las manos.

 

 

Las manos.

Esa región desconocida que nos acerca y nos aleja

al mismo tiempo.

(…)

 

* Prefiero hablar de palabra poemática o poema para referirme a la poesía con minúscula. La Poesía, con mayúscula, señala al objeto del deseo de la poesía.

 

Palabras como pájaros en la soledad del aire.

(vi, Cuaderno del ángel )

 

Palabra revoloteante alrededor de un Centro que la atrae y expulsa: he aquí el poema.

 

Pero ¿qué es este Centro hacia el cual tiende el ser?: es el lugar mítico, imaginario de la plenitud. Evocando a Rojas Herazo: ese lugar al que tendemos a retornar, pero en el que acaso nunca hemos estado.

 

Esa neurosis de la nostalgia del Centro tiene una clara im- pronta religiosa que emerge de la ruina de eso que proveyó de morada al hombre de occidente: el cristianismo. Por ello toda la poesía moderna es, en última instancia, religiosa;   al menos en su origen, marca originaria de la cual siempre quedarán inevitables tatuajes, zajaduras, cicatrices profunda- mente significativas. Se trata de una religiosidad inquietante, extrañada de sí misma. Lo es porque funcionalmente ocupa el lugar vacante que dejó la religión como plenificadora de sentido en ese desplome del cristianismo conocido como muerte de Dios. Religiosidad vicaria, pero no por ello menos intensa. Es en este horizonte donde hay que engastar la iluminadora frase de Eugenio Montejo: «La poesía asume hoy, en nuestra era industrial, una condición subterránea, que en su replegamiento encarna la esencia que toma el lugar de la creencia abandonada de Dios como redención de la vida». Lo problemático del asunto estriba -y esto pareciera un simple juego de palabras o un trabalenguas- en que la “esencia” de esa esencia que, en el decir de Montejo, toma el lugar de la creencia es su impotencia para generar creencia, es decir, para construir mundos dables como verdaderos, que provean de fundamento y morada, y en esa medida satisfagan la exigencia radical del animal humano. Su impotencia se da en la medida en que toma el lugar de la creencia en un momento de la cultura en que es imposible –aproblemáticamente, al menos- creer; de allí su inevitable replegamiento, su condición opaca, subterránea en la vida social. Ya nunca más Verdad y Belleza serán espejo y reflejo que recíprocamente se miren. La belleza de la poesía moderna, ya se sabe con Baudelaire, es anómala, bizarra, disonante. De este modo la posible “redención”, el “sentido para la vida” que pudiera proveer (que no otra cosa implica la “salvación” cristiana y de toda religión) queda en entredicho: suspendida, aplazada, conflictivamente tachada, reducida a promesa salvífera de la que solo advienen destellos huidizos, pálidas consolaciones.

 

Dentro de los diversos modos sui generis como la poesía moderna y actual toma el lugar de la creencia desplazada me parece especialmente fascinante aquel que, de alguna manera, en paradojal alquimia, transmuta la impotencia en potencia; una potencia otra, desde luego, distinta a la potencia perdida. Una potencia cuya fuerza radica en no asumir la Verdad como Verdad, como Absoluto fijo, cerrado, concluso, sino, precisamente, como negación de todo Absoluto, como intemperie, como permanente fuga de todo intento de fijeza. Se trata de la potencia de lo abierto que se despliega en movimiento que no conoce reposo. Se funda en su génesis en aquello que nombra Schlegel como ironía: “la conciencia clara de la agilidad eterna del Caos y su infinita plenitud”, plenitud no estática sino en vertiginoso desplazamiento y mutación, Penélope cósmica que teje y desteje “el tejido de la creación eternamente fluyente”, todo ello regido por las leyes del “increíble humor” de la naturaleza, por “las cómicas del gran todo”, donde la “seriedad de estos juegos” hace estallar toda artificiosa seriedad. Aquí la poesía quiere para sí la fluencia de ese fluir que lleva en sí mismo su oscuro motor, no apartarlo o apartarse de él con horror o angustia. Acepta el reto del misterioso Caos y lo exorciza con sus propias armas: la lúdica y el humor. Aprende a jugar y a reír, y a sonreír condescendiente o perpleja. Se trata de asumir ante la vida y el inexorable hacer y deshacer cósmico e histórico una lúdica de la serenidad o de la aceptación, que trascienda el culto al dolor, al harakiri del artista, al sufrimiento agónico que pareciera ser el desideratum del arte de occidente con sus inevitables resonancias románticas y cristianas. Se trata de mirar con una mirada inocente. Se trata de habitar con otra inocencia: una lúcida inocencia. Hay, desde luego, una íntima relación entre inocencia y lúdica: solo juega quien es inocente, quien no le pone un cerco a la mirada y hace del ojo un órgano de incesante diálogo con el incesante universo.

Esta poética, por la abierta ética de la comprensión (de la vida, los seres y las cosas) que le subyace, lleva de suyo un cálido y ponderado humanismo y una actitud de humildad en el oficio que en modo alguno excluye la nítida conciencia de la poesía y del arte, finalmente, como “salvación por la belleza”. Esta mínima joya de Szymborska lo atestigua:

 

Mientras esa mujer del Rijkmuseum con esa calma y concentración pintadas siga vertiendo día tras día leche de la jarra al cuenco no merecerá el Mundo

el fin del mundo

(“Vermeer”, en Aquí)

 

En esta poética la derrotada fórmula Verdad=Belleza vuelve extrañamente a restituirse como posibilidad, como luminosa ecuación. Se trata, por descontado, de una Verdad y una Belleza radicalmente otras.

 

Encuentro maneras de esta poética de la lúdica serenidad o de la lúcida inocencia en nombres como Roberto Juarroz o en la mencionada Wislawa Szymborska, particularmente en su poemario Aquí. Acaso el texto así mismo titulado “Aquí”, puede ilustrar en gran modo estas anotaciones.

 

anexo: poema “Aquí” de Wislawa Szimborska (2009) Aquí. Madrid: Bartleby Editores. Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano.

 

Aquí

 

No sé cómo será en otras partes

pero aquí en la Tierra hay bastante de todo.

 

Aquí se fabrican sillas y tristezas, tijeras, violines, ternura, transistores, diques, broma, tazas.

 

Puede que en otro sitio haya más de todo, pero por algún motivo no hay pinturas,

cinescopios, empanadillas, pañuelos para las lágrimas.

 

Aquí hay un sinfín de lugares con sus alrededores. Algunos te pueden gustar especialmente,

puedes llamarlos a tu manera, y librarlos del mal.

 

Puede que en otro sitio haya lugares así, aunque nadie los encuentra bonitos.

 

Quizás como en ningún sitio, o en pocos sitios, aquí tengas un torso separado

y con él los instrumentos necesarios

para añadir los propios a los niños de otros.

Y además brazos, piernas y una cabeza sorprendida.

 

La ignorancia tiene aquí mucho trabajo, todo el tiempo cuenta, compara, mide,

saca de ello conclusiones y raíces cuadradas.

 

Ya, ya sé lo que estás pensando. Aquí no hay nada duradero,

porque desde siempre hasta siempre está en manos de los elementos. Pero date cuenta: los elementos se cansan rápido y a veces tienen que descansar mucho hasta la próxima vez.

 

Y sé qué más estás pensando. Guerras, guerras, guerras.

Pero incluso entre las guerras a veces hay pausas. Firmes – la gente es mala.

Descansen – la gente es buena.

A la voz de firmes se produce devastación.

A la voz de descansen se construyen casas sin descanso y rápidamente se habitan.

 

La vida en la tierra sale barata.

Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo. Por las ilusiones, solo cuando se pierden.

Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo.

 

Y por si eso fuera poco,

giras sin billete en un carrusel de planetas

y junto a éste, de gorra, en un torbellino de galaxias, en unos tiempos tan vertiginosos

que nada aquí en la Tierra llega ni siquiera a moverse.

 

Porque mira bien:

la mesa está donde estaba

en la mesa una carta, colocada como estaba,

a través de la ventana un soplo solamente de aire, y en las paredes ninguna terrorífica fisura

por la que el viento se te lleve a ninguna parte.

 

Poética

 

Tras escribir

En el papel la palabra coyote Hay que vigilar

Que ese vocablo carnicero No se apodere de la página, Que no logre esconderse

Detrás de la palabra jacaranda A esperar a que pase

La palabra liebre

Y destrozarla. Para evitarlo, Para dar voces de alerta

Al momento en que el coyote Prepara con sigilo su emboscada, Algunos viejos maestros

Que conocen

Los conjuros del lenguaje Aconsejan trazar la palabra cerilla, Rastrillarla en la palabra piedra

Y prender la palabra hoguera Para alejarlo.

No hay coyote ni chacal, No hay hiena ni jaguar, No hay puma ni lobo

Que no huyan, cuando el fuego Conversa con el aire.

 

Juan Manuel Roca

Texto publicado en el libro "Poética de los poetas" de la Universidad Externado de Colombia, 2014.

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