top of page

REVISTA FUERZA DE LA PALABRA
 SEPARATA ESPECIAL

AUTORES DE LA CIUDAD DE LA LUNA

WhatsApp Image 2021-10-28 at 10.25.53.jpeg

Sara Jiménez Caballero, Girardot 1948.

Se formó como trabajadora Social en la Universidad Externado de Colombia y trabajó como Administradora de Personal en diversas empresas industriales. Desde niña se interesó por el arte y la literatura. Tiene numerosos escritos breves, todos inéditos y sigue escribiendo a diario. Ha formado parte de diversos talleres y grupos de lectura pues ésta es  la mayor de sus aficiones. Entre sus autores favoritos está Sandor Marai, Julio Cortázar, Gabriel García Marquez, José Saramago, Juan Rulfo, Laura Restrepo  y Mario Vargas Llosa. Admira especialmente a Tomás González y Piedad Bonnet a quienes conoce personalmente. Ha viajado extensamente por Chile, Canadá y Estados Unidos. Vive en apacible y activo retiro en el Municipio de Chía.

La última jugada

 

Eran las tres de la mañana, hora de mi desvelo. Desde mi ventana miraba la noche oscura y la inmensa luna que iluminaba la habitación. De pronto tocaron a la puerta y de un salto me dispuse a abrir. ¿Quién podrá ser a esta hora?

¡Cuál no sería mi asombro! Cuando parada en la puerta, apareció una mujer de rostro ajado, cabello alborotado, con una batola negra que cubría su cuerpo delgado y un mugriento morral al hombro.

No se presentó, solo me dijo:

 

−Tengo que hablar contigo seriamente.

 

Yo, pasmada, más que asustada, la vi entrar con paso recio.

 

−A la orden. − Le dije, para empezar una conversación que no sabía a dónde me conduciría.

 

−Soy la muerte y quiero que aclaremos un par de cositas antes de llevarte conmigo. Así, sin preámbulos, lo fue soltando.

 

−¿La muerte? ¿Qué cositas? −Le dije esta vez, sí muy asustada…

 

−Tenemos una cuenta pendiente; no lo olvides. −Dijo con una media sonrisa en sus labios.

 

−Señora muerte, ¿puedo llamarla así? −Le dije con voz temblorosa. Yo no estoy preparada para partir. Soy joven todavía, tengo proyectos, padres, amigos… me faltan muchas cosas por hacer. ¿Qué me está reprochando? Soy un dechado de virtudes…−Fue lo primero que se me ocurrió decir en mi defensa.

Sin darme tiempo de continuar, me dijo en tono irónico:

 

− ¿Dechado de virtudes? Por favor, ¡si eres un dechado de defectos! Tuviste tiempo de cambiar y no lo hiciste.

 

Yo me llevo gente joven, gente vieja. Virtuosa y no virtuosa. ¡Me da lo mismo! Me llevo pueblos enteros, torturados y masacrados. Me llevo igual a guerrilleros que a soldados, monjas y Papas, presidentes y mendigos. Nadie es importante para mí. Todos tienen un día señalado y el tuyo ha llegado.

 

Empecé a sentir un sudor frío por todo mi cuerpo, mis piernas temblaban, tuve que sentarme antes de desplomarme. Mi corazón latía rápidamente.

 

−Ahora si estás asustada, ¿no? −Me dijo soltando una fuerte carcajada que retumbó en la habitación.

 

Miré por la ventana. La luna ya no era luna y las estrellas habían dejado de titilar. Solo había oscuridad y corría una brisa inusual. Una ráfaga de viento entró y todo empezó a dar vueltas.

 

− ¡Mira como me pongo cuando me enfurezco! − Me dijo.

 

Sentí que llevaba las de perder si no se me ocurría algo rápido y efectivo para ganar tiempo. A ella no la convenzo con argumentos sentimentales, pensé. No valía entrar en una discusión dialéctica, ni mucho menos Hegeliana a la que estaba acostumbrada para descrestar a mis amigos. No, tendría que pensar en algo ingenioso y pronto.

 

−Señora muerte. −Le dije con un hilo de voz. − Le propongo un trato.

 

− ¿Un trato? ¡Yo no estoy para tratos! Yo soy de una sola pieza y la decisión está tomada.

 

−Señora muerte. − Volví a repetir, esta vez con voz enérgica que no sé de donde saqué. −Le propongo que nos debatamos en un duelo. Si usted gana mi iré sin el menor reparo, pero si yo gano, gano mi vida por muchos años más.

 

No sé que pasó por su cabeza alborotada, sucia y desgreñada. Tal vez el silencio de la noche o el calor infernal; tal vez los planetas estaban a mi favor o el viento implacable barrió su corazón de sentimientos tormentosos. Hizo un gesto de aceptación y me dijo:

 

− ¿Qué me propone?

 

− Una partida de ajedrez- −Le respondí.

 

Yo siempre he sido buena en este juego y con seguridad, pensé, ella no ha tenido mucho tiempo para practicarlo por estar en otros menesteres, no menos importantes.

Dos noches y tres días seguidos, sostuvimos este duelo a muerte. A duras penas comimos y dormimos un par de horas. Los gambitos, enroques y ataques de caballos se sucedían despiadadamente. Ella me miraba de reojo, intranquila y recelosa sin darse cuenta que yo, disimuladamente, metía algo bajo mi manga.

 

−No lo lograrás. − Me decía, cada vez más espelucada.

 

En cierto momento estuve al borde de perder la dama, pero” milagrosamente” supe defenderme…

 

−No esté tan segura. − Contestaba yo agotada.

 

La vi jalarse las mechas. La vi con los ojos desorbitados gemir como loca. Yo, tratando de conservar la calma, ajena a su locura y deseos de muerte, hice la jugada final, y con un jaque mate, la saqué de mi vida.

 

Ella echando chispas agarró su mugroso morral y salió, así como entró, sin permiso.

Algún día volveré por ti, no te creas inmortal. No eres mejor que yo. Sigues teniendo deudas conmigo. Dando un portazo salió de la habitación. Yo me quedé pensativa y con una sonrisa socarrona saqué de mi manga, el pequeño celular inteligente que con su moderno programa de ajedrez me había ayudado a hacer la magistral jugada final.

WhatsApp Image 2021-11-18 at 9.37.42 AM.jpeg

Julieth Lara Pérez, Bogotá, 2000.

Estudiante de cuarto ciclo de La Escuela Formal de Artes de Chía, en el programa de Literatura.

Participó en el taller del Ministerio de Cultura "Saber leer, saber contar" desarrollado por la Librería Garabato, donde pulió sus aptitudes como mediadora de lectura. Actualmente participa en el Taller de Cuento de la Casa de la Cultura de Chía, dirigido por Tatik Carrión, donde escribió el cuento aquí publicado.

In memorian

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, 

ese montón de espejos rotos. 

Jorge Luis Borges

 

Empuñó la pluma, dibujó un par de garabatos más, pero esta vez no resultó nada, ya era la quinta noche en la que sucedía lo mismo: la tinta se consumía, pero en la página no había más que manchas, tachones y uno que otro signo.  Después de tantos intentos fallidos, su cabeza se resbaló lentamente sobre el escritorio y sus ojos se cerraron como tratando de huir de aquella frustración. 

De golpe abandonó su oficina, caminó hacia el espejo, lo observó, bajó la mirada, palpó el reflejo de sus manos hasta atravesar el cristal y esté, se convirtió en un líquido plateado y brillante que se resbalaba entre sus dedos y se disipaba en el aire. En el poco cristal que aún quedaba, posó su mirada en el reflejo de sus ojos y pensó que quizá, eso de ser escritor no era lo suyo, que sus letras se desvanecían entre sus dedos igual que el cristal… debía buscar un nuevo oficio que no involucrara el arte y la pasión.

 

Alzó la mirada y se sentó de nuevo al escritorio. Lo intentaría por última vez, abandonando cada intención que fuera ajena al hecho de dejarse llevar por el ímpetu de sus emociones y entregar todo por medio de sus letras.  Desempolvó su mejor pluma, la sumergió en el tintero, la sacó con la precaución de no manchar la hoja y empezó a escribir:

 

25 de agosto de 1983

 

Borrador…
 

Hoy he decidido abandonar

cada letra que no me pertenezca

enjaular cada punto

que no acepte su final

sacrificar cada renglón

que quiera traicionar su fila

esculpir toda aspereza 

de los robustos adjetivos

castigar esos personajes

que no padecen mis carencias

...hoy he decidido 

empuñar la pluma 

siguiendo la voz de la pasión 

amando el oficio del escritor.

 

Tomó la hoja un poco manchada por la tinta, empezó a leer cada uno de los versos que escurrían por la página, al ritmo de su voz, se escabullían con astucia a las celdas de los sueños y unos sobre otros se apilaban para poder entrar y aguardar hasta volver a ser soñados. 

Y sentado en su escritorio, abrió sus ojos. En ese momento se percató de que su única composición no saldría a la luz, estaba y estaría siempre en la celda sus sueños, brillando en el baúl sin fondo… de sus recuerdos.

Foto.jpg

Valeria Alejandra Pulido Ocampo, Bogotá, 2002

Estudiante de Psicología en la Fundación Universitaria Unicervantes y de la Escuela Formal de Artes de Chía, en el programa de Literatura. Amante de las distintas artes. Es bailarina de ballet, de la Escuela de Danza de la Casa de la Cultura de Chía.

La voz en la noche

 

Recostada en mi cama, miro el techo de madera y cierro los ojos. Empiezo a divagar en mis pensamientos, tanto que me sumo a ellos. Comienzo a escuchar a las mismas personas de siempre, sigo el sonido de sus voces familiares y me encuentro en un largo pasillo con multiples puertas. ¡He estado aquí incontables veces! Pero es la primera vez que siento como me envuelve una abrumadora nostalgia…

Abro una que otra puerta y de ellas se alcanzan a escapar gritos que dicen cosas como “inútil” “fracasada” o “perezosa”. Mi atención se centra en eso, pero me dispongo a ignorarlos. Decido ir hasta el final del pasillo y abrir una última puerta, tengo la esperanza de que sea algún recuerdo bueno. 

Cuando la abro, me encuentro conmigo misma, me estoy mirando en un espejo y aquellos gritos que escuché antes, salen estrepitosamente de mi garganta, soeces palabras quedan tendidas en el aire. Mi yo del espejo, se mira fijamente, tiene los ojos rojos e irritados, voltea su cara con asco, ya no se quiere ver más. En susurro suelta una frase que me queda sonando: “Las cosas terminan, mueren, se olvidan y se desechan, en especial, yo”.

Salgo corriendo de allí. Las voces familiares me siguen y me halan para que me quede. ¡Solo quiero escapar, huir, desaparecer y dejar de estar!

Huí como pude, no sé cómo logré zafarme. Ahora estoy sentada en una esquina, tapándome los oídos, escucho sus risas, sé que están cerca. Miro hacia arriba y le suplico al universo dejar de pensar, paso mis manos por mi cara con desesperación, incluso hasta me golpeo en un intento de dejar de tener estas ideas y poder escapar de mi cabeza.

Abro los ojos y me siento, respiro varias veces para componerme. A veces intento evitar que los pensamientos me consuman, pero no me siento capaz de pararlos. Empiezo a reflexionar sobre lo que acaba de pasar. Mi monologo interior me dice que todo lo que pensé, no lo hice para mí, que lo que hago, como actúo, pienso o siento, no me pertenece, que es para alguien más, que no es mío, que no es real y verdaderamente lo siento así.  Ya no me veo como yo misma, sino que me percibo fuera de mí. ¡Me siento como un títere!

El que se supone que es mi cuerpo, se deja caer en la cama. Los ojos bailan por el cuarto observando todo lo que está ahí, las fotos, lo libros, la ropa, pero en la cabeza no hay nada: todo está vacío, así que decido dormirme.

Estoy viéndome de nuevo en un espejo, sé que estoy en un sueño, pero algo se siente diferente. Mi reflejo le está hablando a mi yo, no sé qué me estoy diciendo, pero es cálido, es como un respiro. 

Al final, después de deambular conmigo misma, me encontré. 

WhatsApp Image 2021-11-19 at 10.12.28.jpeg

 Maria Victoria Garcia, Bogota, 1954

De padre comerciante y madre ama de casa. Tuvo cinco hermanos. Gracias al oficio de su padre, vivió en varias ciudades de Colombia.

Desde niña, siempre tuvo gran afición a la lectura y relataba todas sus vivencias a través de la escritura.

En 1965, de nuevo regresa con su familia a Bogotá y en ese año, conoce a un profesor de literatura que le inspiró a continuar en su estudio de las letras. Luego, viaja a Cali y culmina sus estudios en 1974. En el año 1975, se casa y tiene tres hijos, ahora cuenta con tres nietos.

En el 2019, conoce la oferta académica de la Escuela Formal de Artes de Chía donde hace parte del Taller de Cuento, pues su sueño es escribir un libro.

El presente texto, nació de un ejercicio realizado en el taller de Cuento.

La Picardía

 

¿Dónde me encuentro? Muchas veces me dijeron que no entrara a ese lugar, pero la curiosidad de la edad en ese entonces, no me dejaba tranquila, y pensaba mucho en qué había detrás de esa puerta. De nuevo estoy subiendo las escaleras, observo para todos lados, espero no encontrarme con alguien y me haga desistir de mi propósito y no quiero exponerme a un castigo.

Veo de nuevo, las dos entradas, no sé por cual decidirme si la de la izquierda o la de la derecha, nunca me acuerdo cuál es. Tomo la decisión y ahí está, aunque un poco lejos, la pequeña puerta cerrada que tanta curiosidad me genera desde siempre. En ese momento oigo un ruido, me paralizo del susto. Paso sigilosamente, tengo mucho susto y curiosidad a la vez. ¿A quién me voy a encontrar? o ¿cómo será el cuarto? Me vuelvo a preguntar en ese instante ¿por qué no le dije a Rita que me acompañara? La verdad ella es algo complicada y seguro nos habrían agarrado de inmediato.

Me quedo un momento con mis pensamientos ¿cuánto tiempo llevo haciendo este juego divertido y con tanta adrenalina? ¡Siempre es lo mismo! Cuando estoy a punto de entrar …sucede algo. Pienso en los años que han pasado y en los cambios de esos edificios tan grandes… hace poco tiempo tuve la oportunidad de estar en uno de esos ellos y me parecía oír las voces. Regreso a donde estaba y cuando estoy abriendo la perilla, oigo una vocecita que me dice: ¿qué haces acá? ¡Y claro, era Rita que me persiguió desde que salí! ¿pero quién es Rita? Es mi amiga.

 

No sé por qué siempre mis más queridas amigas, tienen cara de nerd, pero me sirven porque me acolitan todo; aunque después yo salgo perdiendo… pero es buena compañía y buena amiga y quien la ve… tiene una cara larga, todos esos personajes que tienen gafas son un encarte. ¡Espérame que se me cayeron las gafas! ¡Ah, eras tú! Casi me desmayo. ¿Vas a entrar al fin? Me dice con cierta picardía, tienes la misma curiosidad que yo ¿verdad?  Pronto le replico: ¡Por favor no hables tan duro que nos pueden agarrar y ahí si nos llevó la que nos trajo! No te preocupes, me dice. Tú siempre, te sales con la tuya.

 

Está lloviendo y preciso, cuando estábamos caminando en silencio, suena un trueno que casi me paraliza el corazón, volteé a mirar a mi amiga y estaba igual de blanca a la pared. La tenebrosa y silenciosa oscuridad, me acompaña cuando hago estas pequeñas maldades, pero nunca mido el peligro, solo pienso que tengo que hacerlo. Seguimos caminando con sigilo y por fin me decido abrir una de las puertas: ¡Oh sorpresa! Veo una cama impecable con una mecedora. Este cuarto es como me lo imaginaba, espectacularmente inmaculado, pero ¿qué? ¿Eso era todo? Me replicó Rita. ¡Aguarda!, le digo, que falta el otro. Aunque ya es diferente la sensación, el susto sigue. Salimos de ahí, cautelosamente pasamos al otro pasillo y en el momento que agarré la perilla, con aliento entrecortado, sentí una voz muy conocida que me dice a grito entero: ¡Dormilona! ¡¡¡Despiértate que te va a coger la tarde!!!

 ¡Otra vez el sueño que no es sueño! ¿Por qué siempre tuve esa duda? ¿Qué había detrás de las puertas del claustro del colegio donde dormían las monjas? ¡¡¡Pero seguro, muy pronto voy a entrar!!! 

bottom of page