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REVISTA FUERZA DE LA PALABRA
POESÍA 

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Dinah Orozco Herrera, Barranquilla, 1980

Nació en Barranquilla (Caribe Colombiano). Es activista, poeta y docente afrocolombiana. Licenciada en Educación de la Universidad del Atlántico. Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo.  Perteneció a la Organización Angela Davis en Barranquilla e hizo parte del Proyecto Dignificación de las y los afrodescendientes a través de la etnoeducación en Colombia, convenio AECID-Secretaría de Educación (2009-2010), del cual se publicó un libro titulado “Investigando el racismo y la discriminación en la escuela”.  Actualmente, es estudiante Ph.D de la Escuela Graduada de Artes y Ciencias (GSAS) de Harvard University en el Department of African and African American Studies and Romance Languages and Literature.

 

Ha ganado varios premios: Mención de Honor, entre ellos, segundo lugar en la Beca de Creación de Obra Inédita de una Autora Afrocolombiana, Negra, Raizal y/o Palenquera (2020) del Ministerio de Cultura con el poemario inédito “Alfabeto de una mujer raíz”. Premio Benkos Biohó en la categoría de Etnoeducación por su contribución a la Cátedra de Estudios Afrocolombianos en la Educación Superior y la Educación Inicial (primera infancia) y el Premio-Reconocimiento “Día Internacional de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora”. Sus poemas han sido traducidos al portugués, al inglés y al búlgaro. Su Poemario Las semillas del Muntú (2019) fue publicado por Escarabajo Editorial, Editorial y Nueva York Poetry Press. 

Breve muestra poética 

A VIDA DE LOS MUERTOS

Ayer, un Tata Nganga me dijo: 

los muertos nacen de las cuatro estaciones 

con el enigma de la existencia.

Nunca mueren: sólo funden su rumor de aliento con la 

tierra.

Cuando reencarnan son espejo líquido de nosotros 

mismos: 

palpamos el patakí de sus vidas.

Cuando trabajan en el corazón de la manigua

se vuelven tejido de nidos, brazos de musgo y manglar 

sobre el mar de los inicios.

Sus rostros se nos cincelan en las manos 

untados de lodo, arcilla y estruendo.

Cuando deambulan, se vuelven habitantes 

de las estrellas, pasajeros del aire. 

Esa es su forma de quedarse a vivir 

en el canto del ave.

Vienen desde el ayer a contemplarnos.

Como un coro de abejas surcan la curvatura de la retina.

Un misterio de luna orbitando en sus miradas 

nos descifra el pensamiento.

Son los narradores invisibles de nuestros sueños.

Murmuran en concierto de imágenes

que se hacen idea y verbo.

Nos trazan canales en el cuerpo,

bosques de nostalgias, fragmentos sonoros 

donde cabe el peso de nuestra memoria.

Son lluvias marcando el compás de los días.

Si los escuchamos sentimos una percusión 

galopar las colinas de nuestra lengua.

La artillería de una fuerza en la médula del alma.

Los ofrendamos con frutas y flores.

De ellos es el pan recién horneado,

el café de la tarde, el agua de azúcar al caer el día.

Sílaba a sílaba, invocarlos con el bálsamo de los rezos.

Cantarles con la sangre de nuestros animales,

hoguera de versos que alumbra sus ausencias.

Soplamos ron y nos profetizan

palabras liberadas del cepo y del látigo.

¡Que a nuestros pies descienda la voz de los muertos!

¡Que nuestros dedos palpen el tambor de su tempestad!

¡Que bailen con nosotros al son de la melodía más antigua!

 

JÍCARA DE AGUA PARA MIS MUERTOS

Sólo la memoria de la memoria congrega a los muertos.

Me acompañan al filo del cielo 

con el calendario de las lluvias.

Nunca estoy sola.

De golpe están aquí y ahora entre mis sueños.

Pensando, a veces, mi corazón los escucha.

Yo los convoco y un océano de luz emerge.

Los siento vivos en mí: 

avanzan

   descienden…

Viajan en marejadas por todos mis huesos. 

Adentro se levanta una legión.

Sus rostros pintados hacen sortilegios en mi sangre.

Dejan rastros de su aliento en mis sendas.

Llevo su retoño bajo el jardín de mis ojos.

Tengo en la punta de mi lengua

sus lamentos, su saudade.

Late el robusto acento de sus pisadas 

como caminar de hoja suelta,

como semilla que rumorea en mis manos,

como miel extasiada en la tempestad de mis pies. 

Aquí , en el altar de esta mesa,

invoco la energía de sus nombres 

como tributo a la vida y a la muerte.

Esta mañana agradeceré, honraré su estirpe,

sembraré sus voces en jícaras de agua.

 

OFRENDA A LOS MUERTOS

Cuando las nubes se agolpan como avispas en trance,

los gallos, poco a poco, se despiertan 

y echan al voleo su trova ceremonial.

Òrúnmìlá, adivino del futuro, 

me predice en estera la voz del oráculo.

Con el signo me orienta a la palabra 

de los muertos.

Ellos bajan por los pasillos de los árboles

a pintar con rayas de tigre la epidermis 

de mis sueños.

Yo les ofrendo

arroz con berenjena

   nuez de Kolá 

 y bolas de ñame.

Sus voces me susurran 

          mensajes que vienen del palenque.

 

MISA NEGRA
 

Un juramento bantú se borda en los labios

del Tata Nganga.

En medio de la lluvia dirige el ritual 

de sacrificio de tres gallos.

Cuando la danza de un relámpago 

troza el aire y se prolonga,

riega la memoria con la resina de la sangre.

A lo lejos, un tambor de selva 

acaricia el vuelo de un búho. 

En esta misa negra, pronunciamos 

los nombres de todos nuestros muertos.

Descienden las escaleras del cielo 

hacia el árbol gigante

donde hace siglos sembraron sus ombligos.

Con las oraciones sus voces se van caminando 

hacia un caldero de barro, 

donde se cuece la sal de la creación.

Ahí respiran las aldeas y los reinos africanos

arropados por su colmena interior.

Ahí están las palabras sagradas de Tituba 

durante la quema de brujas.

Ahí reposa el canto de un cimarrón

fusilado con el fuego de una escopeta.

Ahí también residen los huesos de aquel fugitivo 

colgado en lo alto del horcón.

CEREMONIA MUERTERA

Nsala Malekum, Malekum nsala.

Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda.

Me adentro en su boscosa lluvia 

donde mora la malanga perfumada. 

Va como iguana aleteando por el silencio,

como bruja convocada por el canto.

Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda.

Oleadas de tambores copulan en su ombligo.

Su baile atiza el festín mayor 

en los arrecifes de la aldea.

La escucho vociferar aquel secreto en la tumbadora:

Zarabanda, a ti te llamo

Zarabanda, a ti te ruego

Zarabanda, tú eres el ojo

Zarabanda, tu son malembe

Zarabanda, tú abres el camino

Zarabanda, tu son mayimbe. 

Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda.

Alba negra, candela por dentro, sombra de azadón y machete, 

estranguladora de gallos.

A oscuras lleva puesta la máscara 

ritual para oficiar la muerte.

Ninguna agonía la hará detener 

su sangre de reptil bajo el fogón de la tierra.

Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda.

La guardo en mis plegarias, 

la enciendo verso a verso,

la llevo en mis gemidos. 

¡Ay, anochecer del alma mía!

 

SINFONÍA DE ANCESTROS 
 

Voces, gritos, canciones.

Una orquesta de gaviotas que resuena desde adentro,

sinfonía de los atardeceres del alma, barcos de la 

memoria.

Van vestidos de ébano y marfil,

y con sus sonrisas de agua,  

y con sus pasos de Serpiente Cósmica,

van transitando entre la comarca de los sueños.

En la escritura de nuestros cuerpos

los ancestros con sus tintas de calamar, 

nos dibujan árboles en las pupilas,

manglares de nostalgias, cartografías antiguas.

Los ancestros lamen nuestros oleajes de sangre, 

rememoran nuestras heridas,

se ocultan entre las hojas secas.

Impacientes se asoman con el ojo de sus lenguas.

Bogan en las orillas con sus remos de ceiba.

Trenzan las pieles del tiempo.

 

ROGATIVA 
 

Hoy una oración ocupa mi pensamiento. 

   Sacude mis ojos

y traza un presagio de los dioses:

¿Dónde están mis ancestros? 

La pregunta se hace inmensa como la memoria 

   de las palabras 

cuando recobran el cuerpo de los mitos. 

Busco respuestas en las edades del pasado, 

en las orillas de la luz,

en la sustancia del sueño,

en las estelas del silencio.

Busco a los maestros de lo oculto 

en las cicatrices del tiempo

en los gritos de la carimba

en los volcanes entre mis manos.

 

LENGUA DE INVOCACIÓN 
 

Hilos de la palabra cantada

me convocan esta noche.

Se abren por los caminos

y me trazan su geometría de nostalgias.

Vuelan de la mano del tiempo

                 con un sonido aéreo                

sobre el rumor de las hojas.

Se encienden en mi voz

y crecen como frutos en mi garganta.

Resonancias, 

  lenguas de mis ancestros,

hoy hablen por mí: 

las invoco. 

Derramen su marejada de sueños

sobre la vertiente de mis ríos.

Con las pulsaciones del viento

empujen el pregón mis pasos.

Resonancias, 

                   lenguas de mis ancestros,

resurjan de la savia como la semilla naciente

bajo el follaje de la tierra. 

¡Fecunden el polen de mis días!

MI ANCESTRA 
 

Lleva siglos incendiando 

la musgosa cerradura de mi cuerpo.

Su herencia vestida de caracoles 

es pálpito entre mis venas.

Nuestras vidas se entrelazan

bajo el árbol sagrado de la ceiba.

Quienes la conocieron, 

la recuerdan columpiándose en su mecedora de mimbre.

Tranquila, como si no la acechara el vértigo de la muerte 

frente al alba.

Dicen que los gatos cazaban crepúsculos 

de sus manos.

Dicen que en el malecón de sus ojos

se asomaban barcos oxidados.

Vieron al viento del sur 

tallarle un mantra de Olokun.

Aún la ven correr 

entre las grietas del reino de este mundo 

con un pedazo de aurora entre los labios. 

En el portón del viejo patio de mi infancia,

la han visto convertida en una extraña criatura

picoteando junto a los pollos


 

CENTINELAS DEL TIEMPO 
 

Alzo mi alma hacia las ventanas del cielo.

Veo un ejército de ancestros.

Se han vuelto centinelas del tiempo,

y con los ojos de la luna 

bajan a rondar mi cabeza.

En el graznido del pájaro carpintero les oigo decir: 

Descifra los enigmas en el murmullo del viento.

Somos fogonazos en tu mirada, 

tacto de pensamiento en la garganta.

En el chillido del pájaro carpintero les oigo cantar: 

Somos alimento de tu palabra,

la íntima fragancia en el río de tus venas,

el olor a vergel en el istmo de la noche.

Somos el perfume cimarrón de tus sueños.

La memoria de toda la gente prieta, 

  que como tú, nos escucha.



Las semillas del Muntú (2019).

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